El Papa del pueblo descansa


Esta mañana, en Roma, el mundo católico despidió con profunda emoción al Papa Francisco. La misa exequial, celebrada en la Plaza de San Pedro y presidida por el cardenal Giovanni Battista Re, fue sencilla, austera y cargada de simbolismos, como fue toda la vida de Jorge Mario Bergoglio, el Papa de los gestos.

En una homilía que resonó en el corazón de los presentes, se recordó que “el Buen Pastor camina delante de su pueblo, cargando sobre sus hombros nuestras heridas”, en clara alusión a cómo Francisco entendió y vivió su misión petrina: más como servidor que como soberano.

El ataúd de Francisco, de ciprés sencillo, fue trasladado desde la Plaza de San Pedro hasta la Basílica de Santa María la Mayor en el papamóvil, el mismo vehículo que lo acompañó durante años en sus encuentros con la gente. Un detalle que no pasó desapercibido: en lugar de un coche fúnebre tradicional, se optó por el medio que mejor expresaba su estilo de cercanía, de apertura, de “Iglesia en salida”, como tantas veces predicó.

Al llegar a Santa María la Mayor, un grupo reducido de cardenales, fieles y trabajadores vaticanos se reunió para la oración final. La Basílica, donde tantas veces rezó ante la imagen de la Salus Populi Romani antes y después de cada viaje apostólico, se convierte ahora en su morada definitiva.

Durante el funeral, se recordaron palabras que marcaron su pontificado, como su primer llamado desde el balcón de San Pedro: “Recen por mí”, o su permanente invitación: “No dejemos que nos roben la esperanza”. También resonó en los labios de muchos su definición de la Iglesia: “un hospital de campaña después de una batalla”.

El cuerpo de Francisco reposa ahora donde comenzó y culminó tantas gestas de su pontificado. Su última procesión, en el papamóvil, fue un gesto final de coherencia con su vida: ser “pastor con olor a oveja”, sin pompas, sin distancias, cerca de su pueblo hasta el final.

Hoy Roma, y el mundo, lloran al Papa que enseñó que la ternura es fuerza, que la misericordia es revolución y que el amor siempre tiene la última palabra.

Gracias, Francisco, por habernos conducido con la ternura del Evangelio y la fuerza humilde de la cruz.
Gracias, Santo Padre, por enseñarnos que la misericordia es el corazón palpitante de la Iglesia, y que nadie queda fuera del abrazo del Señor.
Gracias, porque fuiste amigo de los pobres, consuelo de los heridos, voz de los que no tenían voz.
Gracias, por recordarnos que el Evangelio se vive con los pies en la tierra y el corazón en el cielo.
Gracias, Francisco, por habernos mostrado el rostro tierno y misericordioso de Dios cuando tantos ya no creían en Él.
¡Gracias, Francisco! ¡Gracias de corazón!

Padre Lean