El 3 de marzo de 2020 se registró en la Argentina el primer caso de coronavirus. Diecisiete días después, el 20 de marzo, el presidente Alberto Fernández decretó el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO) con el objetivo de contener la propagación del virus y evitar el colapso del sistema sanitario.
Las restricciones impuestas transformaron la vida de millones de personas. La suspensión de las clases presenciales, la paralización de actividades económicas y recreativas, y el confinamiento obligatorio generaron una nueva realidad marcada por la incertidumbre y el miedo. A cinco años de aquel momento, las secuelas psicológicas y los cambios en las costumbres sociales siguen siendo objeto de análisis.
Secuelas invisibles pero reales
«La pandemia dejó secuelas invisibles pero muy reales en la salud mental de la población. No fueron solo noticias o estadísticas. Fue miedo, incertidumbre, soledad y, en algunos casos, una profunda sensación de que la vida podía cambiar o terminar en un instante», explica Romina Halbwirth, psicóloga especialista en hipnosis ericksoniana y creadora del sistema HipnoVida (MN 26553).
Según la especialista, la pandemia disparó un aumento de los trastornos de ansiedad y dificultades para manejar el estrés. Aún hoy, muchas personas experimentan niveles de tensión elevados y persiste la incredulidad sobre lo vivido. «El confinamiento fue una experiencia que marcó a fuego a varias generaciones», agrega.
Antes y después de la pandemia
Para Miguel Espeche, licenciado en psicología y especialista en vínculos, la pandemia ha dejado una huella indeleble en la memoria colectiva. «Se usa mucho la expresión ‘antes de la pandemia, después de la pandemia’, asociada a una sensación de incredulidad. Como una especie de bruma al evocar lo sucedido, la sensación de ‘no puedo creer lo que vivimos'», indica.
Uno de los cambios más evidentes fue la toma de conciencia sobre la fragilidad de la vida. «El concepto de finitud se hizo palpable y, en consecuencia, el estrés permanente se manifestó en personas de todas las edades», apunta Halbwirth. En los jóvenes, esto se tradujo en un «efecto rebote», con una exacerbación de la libertad y la diversión como respuesta a la privación vivida durante el aislamiento.
Costumbres que cambiaron
El aislamiento también modificó hábitos profundamente arraigados en la cultura argentina. «Algo tan común como compartir el mate con amigos dejó de ser habitual. Aún hoy hay más conciencia sobre la higiene y el contacto físico», destaca Espeche.
Asimismo, el teletrabajo y la educación virtual se consolidaron como alternativas viables, aunque también trajeron aparejadas dificultades. «Para algunos fue una solución, pero para otros significó aislamiento, desconexión y un vacío emocional», señala Halbwirth.
Los niños y adolescentes fueron de los más afectados. «Perdieron momentos claves para la socialización y muchos tuvieron que trasladar a las redes sociales su vida de grupo. Los adultos mayores enfrentaron largos periodos de soledad, mientras que los trabajadores esenciales llevaron sobre sus hombros el peso del cuidado colectivo», agrega la especialista.
Aprendizajes y reconstrucción del vínculo social
A pesar del impacto negativo, la pandemia también dejó enseñanzas. «Aprendimos a valorar la vida, a disfrutar momentos que antes dábamos por sentados y a mirar a nuestros seres queridos con más conciencia», reflexiona Halbwirth.
El desafío ahora es reconstruir lazos y generar estrategias para minimizar las secuelas emocionales del aislamiento. «Cuidar la salud mental implica hablar de lo que nos pasa, retomar el contacto con amigos y familia, y darnos espacios de ocio y recreación. Una charla, una película o un paseo pueden ser claves para reconectar con la calma y superar el impacto del encierro prolongado», concluye la especialista.
A cinco años del inicio del confinamiento, la sociedad sigue procesando sus efectos y transformaciones. La pandemia marcó un antes y un después en la historia reciente, dejando aprendizajes y desafíos que continúan vigentes. TN