Hoy quiero invitarles a reflexionar el pasaje del Evangelio propuesto por la liturgia para este domingo: Lucas 6,27-38
“Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, oren por los que los calumnian.” (Lc 6,27-28)
Estas palabras de Jesús descolocan. Van contra la lógica del mundo, donde la respuesta instintiva es devolver mal por mal. La cultura actual nos impulsa a “darle a cada uno lo que se merece”, a no dejarnos pisotear, a responder con la misma moneda. Sin embargo, Jesús nos invita a un camino mucho más exigente y transformador.
Vivimos en tiempos donde el odio se multiplica con rapidez. Los discursos de violencia, la polarización extrema, las guerras, las cancelaciones en redes sociales… todo parece llevarnos en dirección contraria al mensaje del Evangelio. Basta con mirar la actualidad: los conflictos armados que desgarran a pueblos enteros, las rivalidades políticas que fracturan naciones, el desprecio hacia quienes piensan diferente. ¿Cómo vivir el amor al enemigo en medio de este contexto?
El amor al enemigo no es un sentimiento ni una emoción pasajera. No significa que debamos sentir afecto por quien nos ha dañado, sino que implica una decisión consciente: no responder con odio, no permitir que el rencor nos defina. La filósofa y santa Edith Stein, una mujer judía que se convirtió al catolicismo y terminó siendo asesinada en el campo de concentración de Auschwitz por los nazis, decía:
“El amor es más fuerte que la violencia y el odio”.
Su vida fue testimonio de esa verdad. A pesar de la persecución que sufrió, eligió la paz interior en lugar del resentimiento. Su muerte no fue una derrota, sino una prueba de que el mal nunca tiene la última palabra cuando el corazón está lleno de amor.
El amor del que habla Jesús es una elección activa. Significa responder al mal con el bien, aunque parezca imposible. Se trata de romper la cadena del odio con gestos concretos de misericordia y compasión.
La sed de venganza es humana, pero no nos conduce a la paz. Lo vemos a diario: en conflictos entre vecinos, en peleas familiares, en disputas políticas e incluso en la esfera internacional. Gobiernos que responden con violencia a la violencia, personas que buscan “hacer justicia por mano propia”, generaciones enteras atrapadas en ciclos interminables de rencor.
San Juan Pablo II nos dejó un testimonio impactante de lo que significa renunciar a la venganza. En 1981, un hombre intentó asesinarlo disparándole en plena Plaza de San Pedro. Años después, el Papa visitó a su agresor en la cárcel y lo perdonó personalmente. En su encíclica Dives in Misericordia, nos recordaba que “el límite impuesto al mal es, en última instancia, la misericordia”.
Renunciar a la venganza no significa ignorar la justicia. Se puede perdonar sin dejar de exigir que el mal sea corregido. Sin embargo, el perdón impide que el mal se multiplique en nuestro corazón, nos libera de la esclavitud del resentimiento y nos permite vivir en paz.
Si miramos la vida diaria, hay muchas situaciones en las que podríamos responder con amor en lugar de odio. En el trabajo, cuando un compañero nos traiciona o toma crédito por nuestras ideas, la tentación natural es devolver el golpe, pero actuar con integridad y sin rencor nos hace más libres y fortalece nuestra dignidad. En la familia, los malentendidos y heridas emocionales pueden durar años, creando muros de resentimiento, pero a veces un solo gesto de reconciliación es suficiente para reconstruir relaciones y sanar corazones. En las redes sociales, vivimos en una era de agresión digital, donde los insultos y ataques son moneda corriente, sin embargo, elegir no responder con la misma violencia es un verdadero ejercicio de amor cristiano. En la sociedad, la polarización política nos divide y nos empuja a odiar a quien piensa diferente, pero, ¿y si en lugar de caer en esa trampa eligiéramos escucharnos, comprendernos y buscar caminos de encuentro?
El Papa Francisco nos recuerda en Fratelli Tutti que:
“El perdón no implica olvidar, sino renunciar a la fuerza destructiva del mal”.
Esto nos desafía profundamente. Amar a los enemigos no es un mandato fácil, pero es el único camino hacia una humanidad reconciliada.
Si queremos un mundo mejor, todo empieza con nuestra decisión de amar, aunque duela.