Vuelve a la casa del Padre


Reflexión sobre la parábola «El regreso del hijo pródigo»

Hay un momento en la vida en el que todos nos sentimos perdidos. Tal vez no nos hayamos ido lejos, como el hijo menor de la famosa parábola, pero nuestra alma ha vagado. Nos hemos alejado del amor del Padre, de su abrazo misericordioso, de esa casa donde realmente pertenecemos. Y, sin embargo, en lo más profundo de nuestro ser, algo nos dice: vuelve a casa.

Henri Nouwen, en su meditación sobre el cuadro de Rembrandt y la parábola del hijo pródigo, nos confronta con una verdad radical: todos en algún momento hemos sido el hijo menor que huye, el hijo mayor que se resiente o el Padre que está llamado a acoger. La pregunta es: ¿qué rostro llevamos hoy?

El hijo menor creyó que su libertad estaba lejos del hogar. Quiso construir su vida sin el Padre, buscando satisfacciones efímeras que lo dejaron roto y hambriento. Pero en su miseria descubrió algo crucial: no estaba hecho para la esclavitud, sino para la filiación. ¡También nosotros necesitamos recordar que no somos huérfanos! El pecado nos hace creer que Dios es un amo severo, cuando en realidad es un Padre que espera con los brazos abiertos.

El hijo mayor, en cambio, permaneció en casa, pero con el corazón endurecido. Se olvidó de que la herencia ya le pertenecía y que la alegría del Padre también era su alegría. ¿No es así también nuestra experiencia en la Iglesia? Podemos estar cerca de Dios pero con el corazón lejos, viviendo la fe como un deber y no como un don.

La gran invitación de Nouwen es aprender a ser como el Padre: alguien que acoge, que perdona, que se alegra con el regreso del hijo perdido. Es un llamado a una madurez espiritual donde dejamos de medir la vida en términos de mérito o fracaso y aprendemos a amar con gratuidad.

Hoy Dios te dice: Vuelve a casa. No importa dónde estés, ¡el Padre te está esperando! No dejes que la vergüenza o la amargura te detengan. Su amor es más grande que tu pecado, su abrazo es más fuerte que tu miedo. Y si ya estás en casa, pregúntate: ¿Estoy viviendo como hijo amado? ¿Estoy aprendiendo a amar como el Padre? Porque el mayor milagro no es solo volver, sino convertirnos en reflejo de su amor para el mundo.

Padre Lean