Este viernes 18 de abril, la Iglesia católica conmemora el Viernes Santo, una de las jornadas más solemnes y trascendentales de la Semana Santa. Es el día en que millones de fieles alrededor del mundo recuerdan con recogimiento la pasión y muerte de Jesucristo en la cruz, un momento central en la fe cristiana que representa el sacrificio supremo por la salvación de la humanidad.
El Viernes Santo forma parte del triduo pascual —junto al Jueves Santo y el Sábado Santo— y marca el clímax del relato evangélico de la Pasión. Según los textos bíblicos, este día inicia con la detención de Jesús, su juicio ante el Sanedrín y luego ante Poncio Pilato, su camino al Calvario cargando la cruz y, finalmente, su crucifixión junto a dos ladrones. Sobre su cabeza, una inscripción: «Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos.»
A diferencia del gozo de la Pascua, este día está marcado por el silencio, el ayuno y la abstinencia. La liturgia es sobria: no se celebra misa, y la Iglesia propone la adoración de la cruz, la proclamación de la Pasión según San Juan y la comunión con el pan consagrado el día anterior. El canto es reemplazado por el recogimiento, y el altar permanece desnudo, como símbolo del luto.
En muchas parroquias se realiza el tradicional Viacrucis, que recuerda las 14 estaciones del camino de Jesús hacia el Calvario. También es un día propicio para la oración del rosario, la meditación y el acompañamiento espiritual en comunidad. La Iglesia invita a los fieles a no consumir carne roja como signo de penitencia, recordando el sacrificio de Cristo.
Viernes Santo no es solo una fecha en el calendario litúrgico: es, para el cristianismo, el momento de mayor profundidad espiritual, donde se confrontan el sufrimiento humano y la promesa de redención.
Así, en este Viernes Santo, millones de creyentes se reúnen en torno a la cruz, no como símbolo de muerte, sino como signo de amor, entrega y esperanza.