Tejiendo la red del discernimiento en las aulas


En el marco de una profunda reflexión sobre el Pacto Educativo Argentino, en la revista digital del Consejo Superior de Educación Católica (CONSUDEC) se destacó la participación del Vicerrector del Instituto Superior Antonio Ruíz de Montoya, Profesor Javier Zago. En este artículo se puntualiza sobre la necesidad de que el aula sea un lugar donde se promueva el discernimiento.

Parte de la literatura contemporánea sobre la evolución de los medios digitales compara la revolución digital actual (la aparición de internet y la inteligencia artificial generativa) con la revolución que provocó en el siglo XV la imprenta desarrollada por Gutenberg. Se utiliza la expresión: “paréntesis Gutenberg” para señalar esos 500 años desde la aparición de la imprenta hasta la era de internet, en los que la tecnología predominante utilizada para acceder a la información ha sido el libro impreso. 

El “digitalismo” ha transformado notablemente nuestra manera de acceder al conocimiento, la forma de aprender e interactuar con los demás y con el mundo que nos rodea. La lectura, en particular, ha experimentado un cambio significativo. Quizás leemos más que antes, pero de un modo diferente. Leer en pantallas es distinto a leer en papel, porque implica multiplicidad de enlaces, acceso a la información a través de diversas formas, incluyendo audios e imágenes y diferentes modos de interactuar con ella, es decir, se trata de una lectura fragmentada, hipertextual, multimodal e interactiva y, por lo tanto, no tiene las mismas reglas que conlleva la lectura del libro impreso, por lo que podemos ver la información en el orden que queramos. 

En este nuevo contexto encontramos en las aulas de nuestras escuelas con relativa frecuencia a algunos sujetos de aprendizaje (no todos) que no están acostumbrados a “consumir” pasivamente productos culturales, o a tener cómo única vía de acceso al conocimiento la lectura lineal y secuenciada que nos impone el libro impreso, sino que son “prosumidores”, están habituados a la interacción cuando se relacionan con las diversas manifestaciones culturales. Wikipedia es un buen ejemplo de ello, ya que permite a los usuarios no solo leer y aprender de la información que incorpora, sino también intervenir en su elaboración y perfeccionamiento. Otra ilustración de este aspecto son las “narrativas transmedia”, que conllevan no solo la presentación de un relato en varios formatos y soportes, sino también la modificación y ampliación de dicho relato.  Por ejemplo, el universo mágico de Harry Potter creado por Rowling más allá de las obras escritas o filmadas, se manifiesta en una variedad de productos y experiencias transmedia que permiten que los seguidores participen y “co-creen” ese “mundo mágico” en webs y en redes sociales.

Otra característica de esta sociedad atravesada por la digitalización tiene que ver con el uso masivo de las redes sociales que le han otorgado al ser humano “el poder” de ser “creador” de circunstancias vitales, de “comunidades humanas” que puede controlar, modificar o eliminar cuando así lo desee. Este nuevo poder permite al hombre generar un “yo sustituto” o “una representación de sí mismo” para vincularse con los demás y a la vez es posible “editarlo” en función de la aceptación o rechazo por parte de “los otros”. Según lo expresa Byung-Chul Han en su obra El Enjambre, señalando un aspecto negativo de esta realidad, esa instalación vital en la “apariencia”, esa búsqueda constante del “éxito social” alimenta conductas narcisistas y por lo tanto anula toda posibilidad de originalidad, novedad, crecimiento personal y a largo plazo puede generar hastío, depresión y atrofiamiento del juicio crítico. 

Estos cambios que implican indudables ventajas y oportunidades en el ámbito educativo, tales como el fácil e inmediato acceso a infinidad de información, la facilidad para interactuar y trabajar colaborativamente con personas de todo el mundo, la eficiencia en determinadas tareas, también incluyen algunos riesgos, ya que la “infoxicación” dificulta la capacidad de distinguir lo importante de lo accesorio, lo verdadero de lo falso, disminuye la capacidad de atención y la dependencia excesiva de los artefactos tecnológicos puede debilitar los vínculos humanos, por lo tanto, es importante detenernos a reflexionar sobre el sentido profundo de nuestro quehacer educativo. Si bien es absolutamente necesario una profunda innovación didáctica acorde a la demanda de estas nuevas circunstancias, no hemos de reducir el desafío educativo de nuestro tiempo a una búsqueda de erudición acerca de las nuevas formas de presentar contenidos a través de sofisticadas plataformas digitales. Uno de los desafíos que se plantean a partir del Pacto Educativo es hacer de nuestras escuelas un lugar en el que se pueda desarrollar la capacidad de discernimiento. Esta habilidad, no solo implica la capacidad de analizar críticamente la información y sus fuentes, sino también la habilidad de distinguir entre lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo.

Aunque las circunstancias que se nos presentan en las escuelas del siglo XXI son absolutamente nuevas en relación con épocas anteriores, eso no significa que la visión sapiencial propia del humanismo clásico y cristiano deje de arrojar luz y de ser una referencia para poder repensar la tarea educativa en el ámbito escolar, y ponderar adecuadamente el valor y la dignidad de los estudiantes,  acompañándolos en sus trayectorias formativas. En este sentido, pienso en dos grandes figuras que resultan inspiradoras por su conocimiento de la naturaleza humana, para el desarrollo de la labor educativa a pesar de pertenecer a épocas muy diferentes a la nuestra: Sócrates y Orígenes.

Sócrates comparaba su tarea educativa con la de su padre que era escultor, quien, en lugar de agregar, eliminaba piezas para revelar nuevas formas bellas. En la era digital: a menudo, es necesario discernir y quitar el exceso de información para poder comprender lo que sucede. Sócrates hacía del proceso de enseñanza aprendizaje un verdadero encuentro entre maestro y alumnos en el que cooperativamente y en un clima fraterno, planteaban interrogantes, cuestionaban lo establecido, buscaban nuevas respuestas y al realizar esas tareas, generalmente desarrollaban un gran amor de amistad. Más que transmitir conocimientos, lo que hacía, era promover la capacidad de “amar” el saber, para que aquellos jóvenes fueran capaces de mantener siempre viva la pasión por buscar la verdad, que no se conformaran con respuestas superficiales y apresuradas y que lograran desarrollar una vida buena y auténtica dentro de la polis, contribuyendo al bienestar de los demás ciudadanos.

En el siglo III destaca la figura de Orígenes como un gran pedagogo preocupado por la formación integral. Según lo cuenta San Gregorio Taumaturgo en su discurso de agradecimiento a su maestro, al llegar a la escuela de Orígenes, lo primero que éste hizo fue “clavarle el aguijón de la amistad” asegurando que él estuviera dispuesto a permanecer a su lado aun cuando el aprendizaje implicara esfuerzo y dificultades. Una vez que se aseguró que su alumno lo quiera, se dedicó a enseñarle filosofía y teología para que pudiera discernir por sus propios medios lo verdadero de lo falso.

En medio de esta revolución digital en la que la inteligencia artificial y la automatización están transformando la vida cotidiana en las escuelas, generando un sinfín de oportunidades pedagógicas pero también ciertos riesgos de deshumanización, el humanismo clásico y cristiano nos recuerda la importancia de buscar la verdad, cuestionando críticamente la información y buscar la sabiduría a través de la interacción con los demás mediante el diálogo respetuoso y abierto. 

Prof. Javier Zago