Recuerdo una conversación que mantuve con el joven conductor de un taxi. Intentaba aquél muchacho explicarme cómo se dirigía a Dios mientras conducía el vehículo por las calles. “Mire Ud: ¿sabe lo que hago? Le hablo a Dios con toda sencillez para pedirle ayuda en determinados momentos…Como está allá arriba, yo le hablo muy alto; no levanto la voz, porque me tomarían por loco, pero “desde dentro” le hablo muy fuerte para que me oiga bien”.
Aquél hombre no era consciente, probablemente, de la hondura que encerraba su testimonio. Con gran sencillez había descrito la transcendencia de Dios respecto al hombre y, al mismo tiempo, su inmanencia en el corazón humano. San Agustín buscando a Dios llegó a resolver esa aparente contradicción entre Dios fuera de mí y Dios dentro de mí: ¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían.
El encuentro con el Dios buscado lo formuló el Obispo de Hipona con esa frase imposible de traducir bien a ninguna lengua: tu autem eras interior intimo meo et superior summo meo. Quizá podríamos aproximarnos a su sentido original latino con algo parecido: tú estabas dentro de lo más íntimo de mí y por encima de lo más alto de mí. Tú eres más íntimo a mí de lo que to mismo lo soy respecto a mí y, al mismo tiempo, me excedes en altura por alto que yo pueda subir dentro de mí.
No hay autor verdaderamente espiritual que no se expresa en esos términos de interioridad: Busca a Dios en el fondo de tu corazón limpio, puro; en el fondo de tu alma cuando le eres fiel, ¡y no pierdas nunca esa intimidad! -Y, si alguna vez no sabes cómo hablarle, ni qué decir, o no te atreves a buscar a Jesús dentro de ti, acude a María, «tota pulchra» -toda pura, maravillosa-, para confiarle: Señora, Madre nuestra, el Señor ha querido que fueras tú, con tus manos, quien cuidara a Dios: ¡enséñame -enséñanos a todos a tratar a tu Hijo! En esta última frase se menciona expresamente a Jesús (“no te atreves a buscar a Jesús dentro de tí”) y, en este sentido, la via de la interioridad de Agustín está orientada hacia el trato con el Dios humanado, con Cristo Jesús. Éste es un paso distinto al de la relación sólo con Dios puesto que se incluye también a la Humanidad Santísima de Cristo.
Pbro. Jorge Salinas Alonso, Doctor en Teología