Por María Angélica Amable, Profesora de Historia de la Iglesia
La primera evangelización en nuestra región comenzó con la llegada de los sacerdotes de la Compañía de Jesús, a principios del siglo XVII. Esos misioneros jesuitas fundaron reducciones, que eran pueblos integrados por comunidades indígenas reunidas para ser evangelizadas, como Loreto, San Ignacio, Santa Ana, Concepción, entre otras.
Las reducciones llegaron a ser ciudades grandes, bien constituidas, con sus propias instituciones políticas, sociales y económicas. Toda su organización estaba orientada hacia la evangelización; se procuraba conformar comunidades según los principios cristianos, donde la fe pudiera arraigar. Nos han quedado muchas crónicas y relatos escritos en las reducciones que describen las celebraciones religiosas; ellas ocupaban un lugar central, se realizaban con gran solemnidad y se vivían con mucha devoción.
El sacerdote jesuita José Cardiel, que trabajó en las reducciones de guaraníes en el siglo XVIII escribió una “Breve relación de las Misiones del Paraguay”. Allí consigna que la celebración del Jueves Santo era tan devota que él no puede explicarla sin conmoverse hasta las lágrimas. A la noche, después del sermón sobre la Pasión empezaba la procesión, en la que participaban más de treinta niños de nueve a diez años con sotanas y prolijos vestidos talares (trajes largos hasta los talones). Dos muchachos sostenían lumbreras para que la ceremonia pudiera ser bien vista por todos. Los niños se formaban en el patio de los Padres, el sacerdote revestido de capa pluvial se sentaba en la puerta de la iglesia que daba a ese patio, luego abrían la puerta y entraba el primer niño con la soga o lazo con que prendieron a Jesucristo y caminaba hasta el centro de la iglesia. La multitud que estaba en el templo dejaba libre un pasillo central para que pasaran por allí los niños. El primero “va cantando en tono muy lastimero al son de bajones y chirimías roncas: esta es la soga con que prendieron a Jesús Nuestro Redentor: con que se dejó atar el Señor por nuestros pecados: ay, ay, Cristo, mi bien y Señor”. De la misma manera iban entrando los otros niños, portando los distintos elementos de la pasión. “Con este orden y esta explicación del paso, y el santo estribillo ¡ay, ay!, van entrando todos, que como son tantos, es larga la función”.
Por el pasillo central salían del templo seguidos por todos los fieles y realizaban una procesión alrededor de la plaza. Los músicos iban cantando el Miserere: y acabado el mismo, cantaban y repetían las coplas que habían entonado los niños. En la procesión se llevaban las imágenes de la pasión que se sacaban una a una de la iglesia y “al salir la de Jesucristo a la columna y la Virgen llorando, levantan las mujeres el grito, llantos y alaridos, que enternecerían a las mismas piedras. Van cesando estos alaridos o llantos, y no se oyen sino cajas roncas, clarines roncos, el Miserere, y un grande confuso ruido de azotes, porque nadie habla una palabra. Azótanse casi todos los que no van ocupados en llevar los pasos –los que portan las imágenes- u otro misterio”.
Jueves, Viernes y Sábado santo se hacían las funciones de Misa, Profecías y demás ceremonias, como en las colegiatas de canónigos. Como aquellas iglesias eran parroquias, se bendecía la pila bautismal con mucho adorno y majestad; la mañana del Sábado Santo: sacaban el fuego nuevo. El fuego lo hacía el sacristán con un eslabón: hacía una gran fogata en el antepatio y en el pórtico. El párroco bendecía el fuego según el Ritual: y cada uno con gran alegría tomaba un tizón para llevar a su casa. Todo se hacía en perfecto orden.
La mañana de resurrección era de gloria y alegría. Al alba, ya estaba toda la gente en el templo. Por calles, plazas y pórticos de la iglesia, todo estaba lleno de luces. Se escuchaba resonar cajas y tambores, tamboriles y flautas, tremolar banderas, flámulas, estandartes, y gallardetes en honra de las estatuas de Cristo resucitado y de su Santísima Madre que se habían colocado en el medio de la iglesia para iniciar la hermosa y conmovedora Procesión del Encuentro. Participaban los Cabildantes, los militares, los danzantes con las mejores galas y todas sus banderas y banderillas de varios colores. El sacerdote con sus más ricos ornamentos, de capa pluvial incensaba las dos estatuas.
Salía la imagen de Jesucristo por un lado con todos los varones, el sacerdote y la música, y por el otro lado la Virgen, la música y todas las mujeres. En toda la plaza la multitud agitaba banderas y gallardetes o banderines. Los músicos cantan y repiten Regina Coeli laetare. Los clarines con las chirimías corresponden con tal destreza, que parece las hacen hablar. El Laetare Laetare es lo que repiten muchas veces con muchos gorjeos.
Después de haber recorrido tres lados de la plaza, en el cuarto se encontraban las dos imágenes… “la Virgen se viene a encontrar con su Santísimo Hijo en medio de tres muy profundas reverencias a trechos, arrodillándose a ellas todo el pueblo. Ya a este tiempo repiten mucho más y con más estruendo y gorjeos de voces e instrumentos el REGINA y el LAETARE”. Cuando ya estaban juntas las dos santas imágenes, salía una danza de Ángeles que eran muchos músicos, al son de arpas y violones. Comenzaban a danzar y a cantar a un mismo tiempo el Regina Coeli delante de las dos imágenes. Repetían luego en guaraní y así iban alternando en latín y en guaraní. Acabadas las danzas, regresaba la procesión con las dos imágenes por medio de la plaza, acompañadas del repique de campanas y campanillas, que realizaban los monaguillos. Después de la procesión comenzaba la Misa solemne.
Finalmente todos se iban a sus casas a tomar mate y a preparar el banquete o convite.