La Familia y la Santísima Trinidad


El calendario litúrgico nos recuerda la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Dios es Trinidad,  un misterio revelado -cotidianamente- a través del camino de vida comunitaria, especialmente en las Familias, como expresión de un Dios Padre, Hijo y Espíritu que da VIDA, que se relaciona, que dialoga, que convive, que se dona generosamente.

No se trata de una simple imagen individualista, solitaria, excelsa. Es Él la VIDA misma que ha abrazado la comunidad familiar en una reciprocidad preciosa.

No me voy a detener en explicaciones teológicas sobre el concepto Trinitario, más bien quisiera ilustrar esta verdad que va más alla de una creencia y que nos lleva siempre a la novedad de entender a Dios, cotidianamente, cuando somos insertados en Su pedagogía de “relaciones” y “sana convivencia”. Y es precisamente esta relación personal con Él la que define la forma de relacionarnos con los demás, -más allá de nuestras limitaciones-, comenzando en casa. ¡Es una Gracia!

La persona de Cristo nos permea y se hace VIDA. Él no llega con lenguajes rebuscados, Él ES cercano y presente. Él mismo, siendo Dios, encarnó esta revelación Trinitaria que hoy, más que nunca, nos interpela, desde el seno de nuestras familias, para hacernos eternos  partícipes de este círculo de amor, dejando a un lado el individualismo e insertándonos en la verdadera experiencia comunitaria que cursa naturalmente.

Es por esto. en un momento en el que la familia es objeto de tanta oposición, urge ubicar  el faro y experimentar que es Dios mismo Quién se enciende como un renovado modelo en la dinámica de relaciones, conforme al modelo de la Trinidad como expresión de verdadera unidad.

Porque Dios sigue derramando Su Espíritu en este tiempo, para que seamos siempre renovados en Él. No podemos esperar hacerlo con nuestra propia fuerza. Hay que dejar que el dinamismo del viento nos conduzca siempre a puerto seguro: la Familia y la comunidad, en Cristo.

Todo nació en Nazaret y desde Nazaret renacemos también nosotros.

 

Por Isabella Orellana.

Locutora Católica, esposa y mamá