El Papa Francisco lideró este domingo un rezo del Rosario por la paz en la Basílica de Santa María la Mayor, donde expresó su profunda preocupación por la violencia y el odio que afectan a la humanidad. Durante la ceremonia, el pontífice suplicó a la Santísima Virgen María que interceda para transformar los corazones de quienes propagan el odio y para silenciar el estruendo de las armas que provocan muerte y sufrimiento.
“Que la violencia y el odio se extingan de los corazones humanos”, clamó el Santo Padre, mientras se unía a los participantes del Sínodo sobre la Sinodalidad que se desarrolla en el Vaticano este mes.
El Papa llevó a María las esperanzas y dolores de los pueblos en guerra, reflexionando sobre la necesidad urgente de su mirada amorosa en tiempos de injusticias y devastación. «Enjuga las lágrimas de los rostros sufrientes», pidió, evocando la cercanía de María con aquellos que sufren.
En su oración, Francisco destacó que la humanidad ha perdido la alegría de la paz y el sentido de la fraternidad. “Es fundamental que aprendamos a valorar la vida, rechazar la guerra y cuidar a los que sufren”, enfatizó, instando a proteger nuestra «Casa Común».
Con un tono esperanzador, el Papa concluyó su súplica, pidiendo a María, Reina del Rosario, que desate “los nudos del egoísmo” y disipe “las nubes oscuras del mal”, llenando a la humanidad de su ternura.
La oración del Papa incluyó un llamado a la paz mundial, recordando las palabras del profeta Isaías sobre la transformación de las armas en herramientas de cultivo y la erradicación del deseo de guerra entre las naciones. “Que la obra de la justicia sea la paz”, instó, reiterando la importancia de un futuro donde la justicia y la paz reinen en la humanidad.
Oración del Papa Francisco para invocar la paz
Oh María, Madre nuestra, venimos de nuevo aquí ante ti. Tú conoces los dolores y las luchas que pesan sobre nuestros corazones en esta hora. Levantamos nuestra mirada hacia ti, nos sumergimos en tu mirada y nos encomendamos a tu corazón.
También tú, Madre, afrontaste pruebas difíciles y temores humanos, pero fuiste valiente y audaz. Confiaste todo a Dios, le respondiste con amor y te ofreciste sin reservas. Como intrépida Mujer de la Caridad, acudiste en ayuda de Isabel, atendiendo con prontitud a las necesidades de los esposos durante las bodas de Caná; con firmeza de corazón, en el Calvario iluminaste la noche del dolor con la esperanza pascual. Finalmente, con ternura materna infundiste valor a los discípulos asustados en el Cenáculo y, con ellos, acogiste el don del Espíritu.
Y ahora te suplicamos: escucha nuestro grito. Necesitamos tu mirada amorosa que nos invite a confiar en tu Hijo Jesús. Tú que estás dispuesto a abrazar nuestros dolores, acude en nuestra ayuda en estos tiempos oprimidos por las injusticias y devastados por las guerras, enjuga las lágrimas de los rostros sufrientes de quienes lloran la pérdida de sus seres queridos, despiértanos del estupor que ha oscurecido nuestro camino y desarma nuestros corazones de las armas de la violencia, para que pronto se cumpla la profecía de Isaías: «Convertirán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces; ninguna nación empuñará la espada contra otra, ni volverán a adiestrarse para la guerra» (Isaías 2,4).
Dirige tu mirada maternal hacia la familia humana, que ha perdido la alegría de la paz y el sentido de la fraternidad. Intercede por nuestro mundo en peligro, para que ame la vida y rechace la guerra, se preocupe por los que sufren, los pobres, los indefensos, los enfermos y los afligidos, y proteja nuestra Casa Común.
Te invocamos por la misericordia de Dios, ¡oh Reina de la Paz! Transforma los corazones de quienes alimentan el odio, silencia el estruendo de las armas que generan muerte, apaga la violencia que se gesta en el corazón de la humanidad e inspira proyectos de paz en la acción de quienes gobiernan las naciones.
Oh Reina del Santo Rosario, desata los nudos del egoísmo y dispersa las oscuras nubes del mal. Llénanos de tu ternura, levántanos con tu mano bondadosa y concédenos tu caricia maternal, que nos haga esperar en el advenimiento de una nueva humanidad donde, «el desierto se convierta en tierra verde y la tierra verde parezca un bosque. Entonces habitará el derecho en el desierto y la justicia morará en la tierra verde. La obra de la justicia será la paz» (Isaías 32,15-17).
¡Oh Madre, Salus Populi Romani, ruega por nosotros!
AICA