El amor es un don de Dios, un regalo inestimable en nuestra vida. Debe ser lo más puro y desinteresado. Es un sentimiento noble que implica entregar sin pensar, y compartir sin esperar nada a cambio.
Gabriel García Márquez dijo una vez: “Puedes ser solamente una persona para el mundo, pero para alguna persona tu eres el mundo”.
Recibimos el amor más perfecto en nuestros corazones el día de nuestro bautismo. Este mismo amor nos llevará a amar a los hermanos con sinceridad mostrando la presencia de Dios en nosotros.
Entonces, comencemos a demostrar al mundo la grandeza del amor que llevamos dentro, un amor que trasciende las cosas materiales y nos conduce a la paz interior.
A veces el corazón tiene motivos que la razón no entiende. Por eso, es importante recordar que en nuestros corazones está la presencia de Dios, de su amor infinito que nos impulsa a amar a los demás desinteresadamente. Cuando cuidas lo que amas dura para siempre.
Aunque en la actualidad, en muchos lugares del mundo, perdió su sentido; es importante recordar que todos tenemos amor para dar, y un lugar en el corazón para recibirlo, ya sea de mamá y papá, de los hermanos, en el noviazgo, en la vida matrimonial, en la vida religiosa, etc.
Si escuchamos al corazón, entenderemos que el amor si es verdadero, entonces, es duradero. Y lo que amamos será eterno.
El Papa Francisco en AMORIS LAETITIA Nº 1 nos dice: La alegría del amor que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia. Como han indicado los Padres sinodales, a pesar de las numerosas señales de crisis del matrimonio, «el deseo de familia permanece vivo, especialmente entre los jóvenes, y esto motiva a la Iglesia». Como respuesta a ese anhelo «el anuncio cristiano relativo a la familia es verdaderamente una buena noticia».
Entonces, revistámonos del amor, que es el vínculo de la perfección. Que así sea.
Pbro. Galeano Leosvardo Silvestre