Peregrinos de Esperanza en un mundo de indiferencia


Vivimos en un mundo acelerado y desconectado de lo esencial, donde hemos perdido de vista el impacto de nuestras acciones en la creación que Dios nos confió. San Francisco de Asís nos enseñó la importancia de cuidar la naturaleza, pero hoy, el consumismo y la tecnocracia nos alejan de esta responsabilidad. Al igual que Nietzsche alertaba sobre el nihilismo, hemos caído en un vacío de sentido, reemplazando el amor y la solidaridad por el individualismo.

Nos hemos vuelto insensibles al sufrimiento, como lo advertía San Agustín, al acostumbrarnos a la violencia, la guerra y la pobreza. Mientras Madre Teresa nos recordaba el valor de la compasión, nuestra cultura muchas veces prefiere la indiferencia. En lugar de comprometernos con los demás, elegimos una superficialidad que solo nos aleja de la verdadera fraternidad.

La paz que Dios nos pide, como lo expresó Jesús, no tiene cabida en un mundo que sigue justificando la violencia y las guerras. San Ignacio nos insta a mirar nuestras sombras, a aceptar nuestras debilidades en lugar de proyectarlas en los demás. Solo a través de esta humildad podremos crecer en el amor y trabajar por la paz.

Debemos formar a las nuevas generaciones en el amor y la paz, evitando la cultura del egoísmo y la violencia. En un mundo caótico, nuestra esperanza debe residir en la victoria de Cristo, como nos muestra San Juan Pablo II. Al final, seremos juzgados por el amor que hemos dado, y cada uno de nosotros está llamado a contribuir, desde su espacio, a una humanidad más justa y solidaria.