¿Qué tienen que ver Naruto, la filosofía y el pensamiento de Juan Pablo II?


Hace unos años estaba almorzando con un ahijado y la conversación terminó llevando a un tema que nunca imaginé que hablaría con él: la serie Naruto.

«Tienes que verla, está basada», me decía. Yo no daba crédito. Toda mi vida, hasta ese punto, había relacionado a la serie Naruto con correr con los brazos para atrás, ser un chico medio raro del colegio que ve dibujitos japoneses o un nerd que sabe de todas esas cosas. «Hagamos un trato», dijo mi ahijado. «Te miras los primeros seis capítulos de la primera temporada. Si no te engancha, dejo de insistir».

Y así fue. Para el segundo capítulo ya estaba enganchado. En un mes y medio vi todos los episodios canónicos de Naruto y su secuela, la serie Naruto Shippuden.

Antes de pasar a reflexionar sobre la filosofía que se puede rescatar de la serie, una aclaración. Aunque tenga cosas muy buenas de las que se puede hablar, sigue siendo un anime. Es decir, está cargado de simbología pagana, teoría de las energías y como hacer crecer o equilibrar el chakra. Todas estas cosas son nocivas para la vida espiritual y hay que tener cuidado a la hora de exponerse a ese tipo de contenido.

No es un artículo recomendando la serie a menores, pero sí a adultos que les interese encontrar elementos de verdad (semina verbi diría San Justino) en cosas que nada tienen que ver con la vida de fe. Sin revelar nada de la trama, me propongo hacer un análisis de la filosofía antropológica de fondo que hace de base para la personalidad de Naruto.

La filosofía mouneriana de la serie Naruto

Emmanuel Mounier fue un filósofo francés que vivió entre 1905 y 1950. ¿Su legado? Haber fundado la escuela personalista francesa e impulsar dicha filosofía al punto de que se convirtió en las bases para la redacción del compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.

El personalismo busca poner en el centro lo más importante de todas las cosas: la persona. Mounier dedicó varios libros a presentar las ideas centrales del personalismo, y se ve que algo debe de haber llegado a oriente, o a Naruto por lo menos.

A lo largo de ambas series, hay un elemento común que se mantiene: la reconciliación que Naruto trae a distintos personajes que va conociendo, tan solo por reconocerles su condición de ser personal. Lo grafico: el joven ninja, con una misión clara, se cruza mucha gente en su camino a alcanzar eso a lo que se siente llamado.

Conoce a un ninja herido por su pasado, a otro que se deja llevar por los placeres bajos de la vida. Se encuentra con una mujer adicta a las apuestas y el alcohol. Lucha contra otras personas que sufren un destino similar al suyo.

Pero nadie se va de la presencia de Naruto sin haber cambiado en algo. Todos, en el primer contacto, muestran sus heridas y cicatrices como su carta de presentación. A Naruto esto no le alcanza. Él quiere conocer a la persona detrás de esas lastimaduras. Él también está herido. Su historia personal es una de las más duras en toda la serie.

Huérfano a los cuatro años, exiliado de su aldea por ser considerado el peor mal que podría existir, siempre fue mirado por la gente, no por lo que él era, sino por esas heridas, esas cicatrices que él tenía. Sin embargo, esto no lo llevó a hacer lo mismo con el resto. Todo lo contrario. Porque él tuvo la experiencia de qué significa que la gente no vea tu auténtico ser, Naruto nunca se fija en las oscuridades de las personas, solo en quiénes son en lo profundo de sí.

Un poco de San Juan Pablo II

El gran santo de nuestra época también era personalista. Él, al igual que Mounier, sabía que la humanidad solo va a progresar en la medida en que cada uno despliegue su ser personal a esa perfección a la que nos invita Jesús en el evangelio (cf. Mt 5, 48). «Solo los santos cambiarán al mundo».

¿Qué tiene que ver esto con Naruto? Bueno, pues que a pesar de que nada que ver tiene con el cristianismo, el impulso principal de Naruto para hacer las cosas que hace es el amor. Y este criterio es el que debiéramos tener todos en nuestra vida. «En el ocaso de nuestra vida, seremos juzgados en el amor», decía San Juan de la Cruz.

El amor hoy está devaluado, ya no nos importa. En líneas generales, la gente le preocupa mucho más su éxito personal, el ser vistos, el ser reconocidos, el tener cosas, mucho más que el saberse queridos, amados por Dios.

En Naruto Shippuden hay una escena muy gráfica de este criterio de amor del que hablo: en medio de una guerra, él se cruza a su amigo que traicionó a la aldea a la cual ambos pertenecen. Pelean, es bastante violento.

En un momento, sus energías (yo avisé, tiene cosas raras la serie) los llevan a un plano espiritual en el que no pueden pelear, entonces empieza un diálogo. Naruto, preocupado por su amigo, le dice: «Si pudiera cargar con todo tu dolor, si tengo que dar mi vida para que puedas volver, lo haría». Más claro, échale agua.

No son nuestros pecados lo que nos define

Un poco lo que el personalismo señala (y la serie también) es que el valor que hay en nosotros no es producto de nuestras buenas o malas acciones. No nos definen nuestros actos, a menos que nosotros pretendamos que sí.

Nuestro valor está en que fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios. De un Dios personal. Somos importantes porque somos amados por Dios. De esta manera, nuestro «ser importantes», paradójicamente, pierde «prestigio».

No importamos porque descubrimos algo increíble, jugamos perfecto al fútbol o somos muy inteligentes. Importamos porque somos amados… y estamos llamados a multiplicar ese amor que se nos da. «Nosotros amamos porque Él nos amó primero» (1Jn 4, 19).

La serie tiene muchas cosas más para debatir, como lo son las amistades, la enemistad, el valor de los ancianos, problemas de ética. De todos ellos, estos tres me parecían los más relevantes. Tú, ¿has visto la serie Naruto? ¿Qué mensaje te dejó?

 

Por Ignacio Romero para Catholic Link