¿Qué es el Adviento?


El Adviento no es solo un preludio festivo, sino un tiempo litúrgico fundamental que marca el inicio del año de la Iglesia. Durante estas cuatro semanas, la comunidad de fe se dispone a celebrar el nacimiento de Jesucristo, el acontecimiento de la Encarnación, mientras renueva su anhelo por su regreso al final de los tiempos.

En palabras del Papa Francisco:

“El Adviento es el tiempo que se nos da para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro, también para verificar nuestro deseo de Dios, para mirar hacia adelante y prepararnos para el regreso de Cristo.”

— Papa Francisco, Ángelus 3-XII-2017

Cuatro semanas de preparación: vigilancia y esperanza

El Adviento tiene una duración de cuatro semanas y comienza con las primeras vísperas del domingo más cercano al 30 de noviembre. Este periodo está inteligentemente dividido para guiar la meditación de los fieles en dos grandes verdades de fe:

  1. Desde el comienzo hasta el 16 de diciembre: El enfoque está puesto en evocar la segunda venida del Mesías en la majestad de su gloria. Se nos llama a la vigilancia y a vivir con una perspectiva escatológica.

  2. Del 17 al 24 de diciembre: La preparación se vuelve más próxima y directa a la Navidad, recordando la venida histórica de Jesús en la humildad de la condición humana.

Este es un «tiempo fuerte» que nos insta a despojarnos de la resignación y la rutina, «alimentando esperanzas, alimentando sueños para un futuro nuevo.»

La conversión personal: Juan Bautista, el guía

La preparación que la Iglesia propone se traduce en un itinerario de conversión personal. La liturgia nos presenta la figura de San Juan Bautista, el Precursor, cuya voz clama en el desierto invitándonos a enderezar nuestras sendas.

La conversión que se nos pide implica liberarnos del pecado y de la mundanidad, buscando la amistad y comunión con Dios. Es un camino de desprendimiento, pues, como nos recuerda la Liturgia: «al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención… para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria… podamos recibir los bienes prometidos.»

Santa María: imagen de la gracia y el servicio

Durante el Adviento, la Santísima Virgen María tiene un papel estelar, brillando para nosotros «como signo de consuelo y de firme esperanza.»

El 8 de diciembre, la Inmaculada Concepción se celebra durante este tiempo, lo cual no es casualidad. Al ser concebida sin pecado original, María es la imagen perfecta de lo que estamos llamados a ser: «santos e inmaculados». Su belleza refleja una vida en gracia, recordándonos que lo que en Ella fue el inicio, para nosotros será la meta.

Además, Nuestra Señora es el modelo de la esperanza servicial. Su «¡Fiat!» («hágase en mí según tu palabra») es una aceptación confiada de la voluntad divina. Su posterior camino para ayudar a su pariente Isabel, embarazada, es un acto de caridad y servicio que el Adviento nos llama a imitar.

La devoción a María se convierte, pues, en una vía segura hacia Cristo:

«El principio del camino que lleva a la locura del amor de Dios es un confiado amor a María Santísima… invitamos más bien a que hagáis la experiencia… tratando amorosamente a María, abriéndole vuestro corazón…»

— Es Cristo que pasa, 143

La liturgia: reflexión de los cuatro domingos

La Liturgia de la Palabra guía a los fieles a través de los misterios del Adviento:

  • Primer domingo: Las lecturas se centran en la necesidad de la vigilancia («estén despiertos en todo momento») ante la venida final del Señor.

  • Segundo y tercer domingo: Se meditan los pasajes del Evangelio sobre Juan Bautista, haciendo un fuerte llamado a la penitencia para preparar el camino del Señor.

  • Cuarto domingo: La atención se dirige a los acontecimientos más cercanos a la Navidad, como el anuncio del Ángel a María y a José. La Iglesia impulsa a la alegría por el inminente encuentro con el Niño Jesús.

Origen histórico del Adviento

El Adviento se empezó a vivir en la Iglesia a partir del siglo IV en Hispania y las Galias como un periodo de preparación ascética y penitencial. La práctica varió en distintas iglesias hasta que el Papa San Gregorio Magno lo introdujo y redujo a cuatro semanas en el rito romano, combinando la preparación para la Natividad con la gozosa esperanza de su retorno final.