En nuestra sociedad, las palabras tienen un poder significativo, pero también un gran riesgo de ser distorsionadas y manipuladas. La palabra humana, especialmente en el ámbito político, se convierte en un instrumento de control y manipulación, alejada de su propósito de construir confianza y justicia. Promesas incumplidas, retórica vacía y discursos manipuladores abundan, especialmente cuando los políticos utilizan la palabra como herramienta de poder. La famosa crítica de George Orwell en 1984, donde el totalitarismo manipula el lenguaje, ejemplifica cómo la palabra puede ser despojada de su valor y ser usada para controlar a las masas.
Por otro lado, la palabra de Dios tiene una naturaleza trascendente y eterna. En el cristianismo, la Palabra no solo se refiere a las Escrituras, sino que se encarna en la persona de Jesucristo. Como nos dice el evangelio de Juan, «el verbo se hizo carne» (Juan 1:14), recordándonos que la Palabra divina no es algo efímero ni manipulable, sino un principio eterno de verdad. Esta Palabra no cambia con el tiempo ni los intereses humanos, sino que permanece siempre fiel, guiándonos hacia la verdadera justicia y amor.
La comparación entre la palabra humana y la Palabra divina nos invita a reflexionar sobre el estado actual de nuestra sociedad. Vivimos en tiempos donde las palabras políticas parecen haberse vaciado de contenido, creando desconfianza y divisiones. Mientras los discursos políticos a menudo se construyen sobre promesas incumplidas y manipulación, la Palabra de Dios representa un modelo de integridad, servicio y verdad. La pregunta crucial es: ¿Cómo usamos nosotros nuestras propias palabras? ¿Contribuimos a la construcción de una sociedad justa, o simplemente buscamos beneficio personal a través de nuestros discursos?
En última instancia, la Palabra de Dios nos llama a ser coherentes entre lo que decimos y lo que hacemos. Vivir de acuerdo con esta Palabra requiere una dedicación a la verdad y al amor. Si conseguimos hacer de nuestra palabra un reflejo de esta Palabra divina, podemos transformar nuestras comunidades y acercarnos más a la verdad y la bondad que tanto necesitamos.
Bendecido domingo, Padre Lean