El avance de la inteligencia artificial (IA) plantea una de las mayores preguntas éticas de nuestro tiempo: ¿será una aliada para el desarrollo humano o terminará desplazándolo? En su reflexión sobre el tema, el Papa Francisco ha insistido en que la tecnología “nunca debe reemplazar la sabiduría humana, sino complementarla en su búsqueda del bien común.” En otras palabras, la IA no puede convertirse en un fin en sí mismo, sino que debe estar al servicio del hombre y de la sociedad.
El filósofo surcoreano Byung-Chul Han advierte en sus escritos sobre el peligro de una sociedad dominada por la automatización y el exceso de datos, donde la reflexión y la interioridad quedan relegadas. En su obra La sociedad de la transparencia, sostiene que vivimos en una época donde “la sobreabundancia de información no genera verdad, sino ruido”, una observación que resuena con la creciente dependencia de la inteligencia artificial. Si bien la IA puede aportar eficiencia y rapidez, Han advierte que el pensamiento crítico y la experiencia humana corren el riesgo de diluirse en una lógica puramente algorítmica: “El ser humano no es solo un procesador de información, sino un ser que siente, contempla y dialoga”. En este sentido, la inteligencia artificial debe ser una herramienta que asista, pero nunca reemplace la profundidad del discernimiento humano, especialmente cuando se trata de cuestiones éticas y espirituales.
El documento Antiqua et Nova subraya que la inteligencia artificial debe estar siempre “al servicio de la persona humana y de su dignidad” y no convertirse en un fin en sí misma. La Santa Sede advierte sobre los riesgos de una IA que “reduzca al ser humano a un simple conjunto de datos” y enfatiza la necesidad de una tecnología que promueva el bien común. En este sentido, el texto señala que “el progreso tecnológico debe estar guiado por una ética que respete la centralidad de la persona y la justicia social”, recordándonos que la innovación no puede desligarse de la responsabilidad moral. La Iglesia, lejos de rechazar los avances tecnológicos, propone un enfoque que integre la IA dentro de una visión humanista, asegurando que su desarrollo y uso estén orientados hacia el servicio del prójimo y la construcción de una sociedad más justa y fraterna.
La inteligencia artificial, lejos de ser una amenaza, puede convertirse en un poderoso instrumento para la evangelización digital si se la orienta correctamente. Con el uso adecuado, la IA puede ayudar a traducir textos bíblicos a múltiples idiomas, facilitar el acceso a documentos de la Iglesia, generar contenido catequético personalizado y fomentar comunidades de fe en el ámbito digital. Herramientas como chatbots con formación teológica pueden acompañar a quienes buscan respuestas sobre la fe, mientras que algoritmos bien diseñados pueden difundir mensajes de esperanza en redes sociales. Yo por ejemplo, suelo usar ChatGPT para escribir mensajes o pedir que resuma un texto, Copilot para generar imágenes (como la de la portada de esta nota) y algunas otras que me ayudan en la labor evangelizadora. Sin embargo, el desafío sigue siendo el mismo: que la tecnología no reemplace el encuentro humano ni la experiencia viva del Evangelio, sino que ayude a llevar la Palabra de Dios a cada rincón del mundo, con respeto, autenticidad y verdad.
Un abrazo cercano, Padre Lean.