Mirada católica de la medicina


Desde Platón (aproximadamente 400 años a.C.) o quizás antes, el hombre tuvo la intriga y se interesó por el estudio y comprensión del alma, o más bien, del dualismo cuerpo-alma, viéndolo como un todo integrado y dependiente, y no como algo independiente o inexistente. Esa discusión se prolongó hasta el día de hoy. Aunque la gente en general cree en el alma, vive como si no lo creyera. Y el modernismo, la posverdad y el relativismo del mundo globalista nos llevan cada vez más a preocuparnos más por el cuerpo que por el alma.

Pero todos experimentamos alguna vez en carne propia que cuando el alma enferma, afecta al cuerpo, y viceversa, y allí es donde la medicina cobra su vital importancia. Parafraseando al famoso salubrista e historiador Henry Sigerist, quien dijo, “la medicina es el estudio y la aplicación de la biología en una estructura de la humanidad que es al mismo tiempo histórica, social, económica y cultural”, repasemos un poquito de historia.

El inicio de la medicina científica se centra en la aparición en Grecia de una figura histórica excepcional, símbolo del médico ideal: Hipócrates (aproximadamente 300 años a.C.). Este sabio médico insistía en que no existen enfermedades, sino enfermos.

Pero sin dudas el maestro y padre de la medicina dual fue Jesús de Nazareth, quien dijo: “Hombre, tus pecados te quedan perdonados” (Lc 5,20) curando el alma, y luego: “toma tu camilla y vete a casa” (Lc 5,24) curando el cuerpo.

Los médicos, demasiadas veces, olvidamos que estamos tratando a una persona en cuerpo y alma, y no solo una enfermedad, un caso interesante, algo raro, o un número más en nuestra estadística. La ética médica católica también nos desafía a luchar contra la despersonalización y la mercantilización de la atención sanitaria. En un sistema de salud cada vez más dominado por intereses económicos, es fundamental recordar que la salud no es una mercancía y que cada paciente merece ser tratado con justicia y equidad. La opción preferencial por los pobres, una piedra angular de la enseñanza social católica, nos llama a abogar por políticas de salud que aseguren el acceso a la atención médica para todos, especialmente los más desfavorecidos.

Como dijo San Agustín: “cuida el alma como si fueras a morir mañana, y el cuerpo como si vivieras para siempre”, los médicos tenemos también esa doble responsabilidad sobre nuestros pacientes. Jesús llama prójimo al samaritano que socorre al moribundo (Lc 10,33) y benditos de mi Padre (Mt 25,35) a aquellos que visitaron al enfermo o lo socorrieron. La medicina tiene una gran responsabilidad para quien la ejerce, no solo a nivel físico sino también a nivel espiritual.

 

Dr. SimesAdrián Esteban. Otorrinolaringólogo