Me siento muy solo… Jesús, ¿no dijiste que siempre estarías conmigo?


Todos sin excepción en distintos puntos de la vida nos hemos sentido solos y vacíos. Algunas veces hemos pensado «me siento solo»; esta sensación la tenemos por circunstancias más cotidianas de la vida, logrando que sean pasajeras.

Otras veces sentimos un profundo y amargo dolor como una especie de desolación y tristeza parecido a un desierto, y es probable que estemos atravesando situaciones más severas o conflictivas.

Ese «me siento solo» puede deberse a que efectivamente estamos «solos» sin compañía física, y en otros momentos es una sensación muy fuerte y profunda en el alma, aun cuando tenemos mucha gente alrededor y aparentemente estemos rodeados de todas las comodidades materiales.

Te cuento una historia que me marcó

Hace un año justo en la festividad de la divina misericordia, tuve un regalo intenso por parte de Dios. Fui a servir a un grupo de jóvenes y como siempre, fui yo quien salí servida. Así es Dios, nadie le gana en generosidad.

«Den y se les dará, se les echará en el regazo una medida llena, apretada, sacudida y desbordante. Porque con la medida que midas a otros, se les medirá a ustedes» (Lucas 6, 38)

Decidí, junto a un grupo de padres, acompañar a nuestros hijos adolescentes para que compartieran su tiempo y talento musical con otros iguales a ellos. Con la diferencia que los chicos que íbamos a visitar habían perdido lo más valioso: sus padres y sus familias.

Vivían juntos en una especie de internado donde además de convivir, estudiaban, comían y se recreaban; todo en un mismo lugar. Tratando de establecer entre ellos una convivencia en medio de sus heridas y condiciones particulares, deseando lograr ser una gran familia, aquella que ellos no tienen.

Estando junto a ellos, pude ver sus rostros llenos de ilusión y también de dolor, pude ver en sus ojos y en los rayones de su piel, las marcas de la tristeza y sus luchas personales, así como también me compartieron en sus propios tonos de voz, sus más grandes sueños y las ganas de salir adelante. Una ilusión propia de la juventud, porque a esa edad, todos tenemos ganas de «comernos el mundo».

Hambre de mundo vs. hambre de Cielo

me siento solo

Justo ahí reflexioné que sin desmeritar los sueños que tenemos como humanos, que son necesarios como proyecto personal de vida, es igual de importante tener presente que sacia más el alma tener «hambre de cielo» y vivir para la eternidad. Reconocernos como almas trascendentes y que todo lo que hacemos, instantáneamente deja una huella alrededor y en los demás. Sea buena o mala.

«Pues ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?» (Mateo 16,26)

En todo caso, es inevitable pensar en la profunda soledad y tristeza que pueden sentir estos jóvenes cada noche y cada mañana y preguntarse la razón del porqué no están con sus padres o si no son merecedores de un hogar.

Sin embargo, a pesar de su situación y nuestros propios miedos y prejuicios, ellos nos recibieron con agrado y amor, viviendo el lenguaje de la música; tocando y cantando juntos, porque eso es capaz de hacer el arte y Dios, conectar las fibras más profundas y transformar el dolor, la miseria y la profunda soledad, en alegría y productividad, anclándonos en el presente para ver el futuro aún más esperanzador.  Junto a Dios tenemos la capacidad de resignificar nuestras equivocaciones, heridas y dolores, porque con Él, nuestros desiertos tienen un sentido.

«Me siento solo»: ¡Jesús enseña cómo vencer la soledad!

me siento solo

Jesús mismo, antes de iniciar su gran ministerio, pasó 40 días en el desierto. Ahí, en ese lugar de silencio, pobreza, despojo y desolación, nos enseña como vencer la soledad y la tentación. En el desierto, es donde precisamente nos encontramos cara a cara con Dios.

Jesús fue tentado en medio de la soledad del desierto, así como también lo experimentamos nosotros. Él nos enseña a rechazar tajantemente las tentaciones del enemigo y nos reafirma que su palabra también alimenta (Lucas 4, 1-13).

Una idea para no sentirnos solos es saliendo de nuestra zona de comodidad, siendo valientes y atreviéndonos a encontrarnos con el otro. Otra idea evidente es viviendo en comunidad, somos seres creados para relacionarnos unos con otros y compartir, no es necesario todo el tiempo estar rodeado de personas, ni estar con grandes cantidades de gente. Todo en su justa medida, se trata de aprender a estar solo, y también entender que la compañía de personas que edifiquen mi vida es necesaria.

Es esencial tener una estrecha relación con Dios, saber que se hizo carne en la persona de Jesús. Por eso entiende mis luchas, fracasos y aplaude conmigo mis logros, que son también suyos cuando nos dejamos llevar por Él y su voluntad. Cualquier instante y punto en que te encuentras en la vida, es propicio para iniciar esta relación.

Y por último, una máxima es servir. La soledad se vence untándote del otro, acercándote en sus alegrías y también en sus tristezas. Se vence sintiendo la piel llagada de tu hermano, así como celebrando la gloria de la victoria. Como nos dijo la madre Teresa de Calcuta: «El que no vive para servir, no sirve para vivir».

 

Por Diana Yepes para Catholic Link