Cada 30 de junio, la Iglesia celebra a los Santos Protomártires de la Iglesia Romana, los anónimos fieles que perecieron en la primera persecución contra los cristianos, desatada por el emperador Nerón tras el incendio de Roma en julio del año 64.
El historiador pagano Publio Cornelio Tácito narra que, para desviar las sospechas que lo señalaban como instigador del fuego, Nerón culpó a los seguidores de Cristo: “Cubiertos con pieles de bestias, fueron despedazados por perros, o clavados en cruces, o condenados a la hoguera y quemados para servir de iluminación nocturna” en los jardines imperiales.
Aquella matanza inauguró el largo camino del martirio en Occidente. Sin nombres propios registrados, estos hombres y mujeres pasaron a la historia como “primi martires”, primeros testigos de una fe que prefería la muerte antes que negar a Jesús. Su memoria litúrgica, fijada el día posterior a la solemnidad de San Pedro y San Pablo, subraya la unidad entre los apóstoles y la comunidad que regó con sangre la tierra de Roma.
La Iglesia recuerda a los protomártires de Roma sabiendo que el drama de la persecución no es un capítulo cerrado. El 22 de junio un terrorista se inmoló dentro de la iglesia greco-ortodoxa de San Elías del Mar, en el barrio damasceno de Duwaileh, mientras se celebraba la Divina Liturgia dominical. Al menos 25 fieles murieron y más de 60 resultaron heridos.
La conmemoración invita hoy a la Iglesia a orar por quienes sufren persecución religiosa y a renovar el compromiso de vivir el Evangelio con la misma valentía. “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”, recordaba Tertuliano; los protomártires demuestran que el amor al Crucificado puede brillar incluso cuando el mundo pretende apagarlo con fuego.