La enfermedad de Parkinson avanza a un ritmo alarmante en el mundo. Considerada la segunda patología neurodegenerativa más frecuente después del Alzheimer, en 2021 registró cerca de 12 millones de casos, y las proyecciones internacionales indican que podría superar los 25 millones para 2050.
Este incremento acelerado plantea un desafío creciente para los pacientes, sus familias y los sistemas de salud. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Parkinson y el Alzheimer podrían convertirse para 2040 en la segunda causa principal de muerte global, superando incluso las asociadas al cáncer.
El neurólogo Michael Okun, director de la Parkinson Foundation de Estados Unidos, alertó recientemente en el podcast Chasing Life de CNN: “Estamos creciendo como enfermedad neurodegenerativa más rápido que el Alzheimer; eso debería captar la atención de todos”.
Y agregó que el Parkinson no se limita al deterioro del cerebro: “La vemos en el intestino, en la piel y en múltiples órganos. Es fundamental preguntarnos por qué empieza, por qué progresa y por qué se propaga”.
Qué es la enfermedad de Parkinson
De acuerdo con la Parkinson Foundation, el Parkinson es un trastorno neurodegenerativo que afecta a las neuronas responsables de producir dopamina, neurotransmisor clave para el control de los movimientos. Estas neuronas se encuentran en la sustancia negra, una región específica del cerebro.
La pérdida progresiva de estas células provoca síntomas como temblores, rigidez, lentitud de movimientos y problemas de equilibrio. Si bien entre el 10% y el 15% de los casos tiene un origen genético, en la mayoría de las personas influyen factores ambientales, incluyendo toxinas presentes en el aire, el agua, los alimentos y ciertos productos químicos.
En su libro El Plan Parkinson: un nuevo camino hacia la prevención y el tratamiento, Okun y el especialista Ray Dorsey analizan el impacto de sustancias como el paracuat, un herbicida ampliamente utilizado en Estados Unidos y prohibido en más de 30 países, entre ellos la Unión Europea y China.
Factores de riesgo: la influencia del ambiente
La edad es el principal factor de riesgo: alrededor del 1% de las personas mayores de 60 años padece Parkinson. También existe mayor prevalencia en hombres que en mujeres.
Entre los factores ambientales identificados por distintas investigaciones se destacan:
Lesiones cerebrales traumáticas, que pueden aumentar el riesgo años después del impacto.
Zona de residencia y ocupación, que influyen en la exposición a toxinas y en el acceso a la salud.
Solventes industriales como el tricloroetileno (TCE), frecuente en aguas subterráneas y asociado a mayor riesgo en trabajadores de fábricas.
Bifenilos policlorados (BPC), detectados en concentraciones elevadas en el cerebro de personas con Parkinson, especialmente mujeres.
Pesticidas y herbicidas, cuya relación con la enfermedad cuenta con evidencia científica sólida.
Aun así, los especialistas coinciden en que se necesitan más investigaciones para comprender los mecanismos que desencadenan la enfermedad y diseñar estrategias preventivas más efectivas.
Seis recomendaciones para reducir el riesgo
En su guía sobre prevención, el doctor Okun propone una serie de hábitos que pueden ayudar a disminuir la exposición a toxinas y proteger la salud cerebral:
Ejercicio regular
Un mayor nivel de actividad física desde edades tempranas se asocia con menor riesgo de desarrollar Parkinson en la adultez.Consumo moderado de cafeína
Café y té podrían proteger las neuronas productoras de dopamina frente a toxinas ambientales.Dormir adecuadamente
El descanso nocturno permite al cerebro eliminar residuos y reparar tejidos.
“Proteger el sueño es proteger la salud cerebral”, señala Okun.Beber agua filtrada
Los filtros de carbón activado pueden reducir la exposición a pesticidas y a solventes como el TCE.Utilizar purificadores de aire
Ayudan a disminuir la inhalación de partículas y compuestos orgánicos volátiles (COV).
“La nariz es la puerta de entrada al cerebro”, advierte el neurólogo.Lavar frutas y verduras
Este hábito reduce la cantidad de pesticidas ingeridos, que con el tiempo pueden dañar las mitocondrias de las células.

