En su catequesis semanal, el papa León XIV recordó que “la fe no nos ahorra la posibilidad del pecado, pero siempre nos ofrece una salida: la de la misericordia”. Ante miles de fieles reunidos en el Aula Pablo VI, el pontífice reflexionó sobre la pasión, muerte y resurrección de Jesús, y aseguró que “el dolor, si se acoge con sinceridad, puede ser una oportunidad de conversión y de alegría, porque Dios nunca deja de amarnos”.
La audiencia se desarrolló bajo techo debido al intenso calor romano. Antes de ingresar, el Santo Padre se detuvo para saludar a quienes no pudieron acceder al recinto y se encontraban en espacios cercanos buscando resguardo de las altas temperaturas. Fue su último acto público en el Vaticano antes de trasladarse a Castel Gandolfo, donde permanecerá hasta el domingo 17.
La verdad que conduce a la conversión
Continuando con el ciclo de catequesis dedicado al Jubileo Cristo, nuestra esperanza, el Papa recordó el momento de la Última Cena en que Jesús anuncia que uno de sus discípulos lo traicionará. Subrayó que sus palabras no fueron para condenar, sino para provocar una reflexión personal: “Jesús no denuncia para humillar. Dice la verdad porque quiere salvar”.
Para el pontífice, la pregunta que los discípulos se hacen en ese momento —“¿Seré yo?”— es una de las más sinceras que un creyente puede plantearse, pues nace de la conciencia de la propia fragilidad y de la posibilidad real de causar daño, incluso con el deseo de amar.
El mal no tiene la última palabra
León XIV advirtió que reconocer nuestra capacidad de fallar no debe sumirnos en la tristeza, sino abrirnos al camino de la salvación: “Sentirse implicado, sentirse amado a pesar de todo, sentir que el mal existe pero que no tiene la última palabra”.
Recordó que el dolor de los discípulos no fue indignación, sino tristeza ante la posibilidad de estar implicados. Ese dolor, si se acoge con sinceridad, se convierte en espacio de conversión. “El Evangelio no nos enseña a negar el mal, sino a reconocerlo como una dolorosa oportunidad de renacer”, afirmó.
El Papa explicó que las palabras de Jesús —“Más le valdría no haber nacido”— no deben interpretarse como maldición, sino como un lamento profundo: “Cuando Dios ve el mal, no lo venga, sino que lo entristece”.
El poder silencioso de Dios
Incluso en el momento más oscuro, la luz de Cristo no se apaga. “Si reconocemos nuestro límite y nos dejamos tocar por el dolor de Cristo, podremos nacer de nuevo”, aseguró, destacando que Jesús nunca abandona la mesa del amor, ni siquiera ante quienes lo traicionan.
Finalmente, León XIV invitó a los fieles a preguntarse con sinceridad: “¿Seré yo?”. No como acusación, sino como un ejercicio de verdad interior. “Aquí comienza la salvación: en reconocer que podemos romper nuestra confianza en Dios, pero también restaurarla. Aunque lo traicionemos, Él nunca deja de amarnos. Y si nos dejamos tocar por este amor fiel, podremos renacer y vivir no como traidores, sino como hijos siempre amados”, concluyó.