Cada 1 de noviembre, la Iglesia Católica conmemora la Solemnidad de Todos los Santos, una celebración que rinde homenaje a todos aquellos que han compartido el triunfo y la gloria de Cristo, gracias a su dedicación y esfuerzo por seguir de cerca al Maestro. Esta festividad abarca tanto a los santos conocidos como a aquellos anónimos que, en su vida y obra, han alcanzado el cielo.
Los orígenes de esta solemnidad se remontan al siglo IV, cuando el creciente número de mártires hizo inviable dedicar un día específico para honrar a cada uno. Ante esta situación, la Iglesia decidió establecer una celebración conjunta que permitiera recordar a todos los que han sido reconocidos por su santidad en un solo día al año.
La fijación de la fecha de la celebración tiene su historia en el año 610, cuando el Papa Bonifacio IV dedicó el Panteón romano al culto cristiano, consagrándolo a la Bienaventurada Madre de Dios y a todos los mártires. Sin embargo, fue el Papa Gregorio IV, en el siglo VII, quien trasladó oficialmente la festividad al 1 de noviembre, posiblemente como una forma de contrarrestar la celebración pagana del “Samhain”, que marcaba el año nuevo celta la noche del 31 de octubre, precursor de lo que hoy conocemos como Halloween.
En 2013, durante la celebración de esta Solemnidad, el Papa Francisco instó a los fieles a no temer la santidad, recordando que “Dios te dice: no tengas miedo de la santidad, no tengas miedo de apuntar alto, de dejarte amar y purificar por Dios, no tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. Dejémonos contagiar por la santidad de Dios”. Así, la Solemnidad de Todos los Santos se erige no solo como un momento de recuerdo, sino también como una invitación a aspirar a la santidad en la vida cotidiana. ACI Prensa