Hace un par de semanas, mientras empujaba mi carro de automercado en una mañana cualquiera, me sorprende una palmada en el hombro como antesala a un estrujón. Se trataba de una mujer muy entendida en los temas de fe y que había conocido durante un retiro Mariano, años atrás.
Me permito reservarme su nombre.
Lo cierto es que su risa tímida se entrelazó con una frase tan humana como la fe misma:
“Tengo un bajón de Fe, reza por mí”, comentó la mujer, entre dientes.
La plática se extendió durante largos minutos, en medio de un escenario poco apropiado para la profundidad de las palabras que resonaban con eco en el largo pasillo y la vida de ambas pareció detenerse un siglo para abrir paso a la “verdadera humanidad”, aquella que ha aprendido a desnudar la fragilidad propia de todo “ser humano” cuyo corazón late, porque de otra manera no seríamos “seres humanos”.
¿Y cómo puede ser posible que aquella mujer de los “retiros”, con una vida imperturbable, fuese capaz de confesar “un bajón de Fe”?, ¿No sería acaso tal afirmación, por el contrario, la viva demostración de una gran fe?
Ante tal contradicción, me atrevo a reforzar lo último, porque reconocer nuestra propia fragilidad humana es un acto de valentía revestido de una gran fe.
Santa Teresa de Calcuta escribió a su director espiritual, en una de sus cartas: “En cuanto a mí, el silencio y el vacío es tan grande que miro y no veo, escucho y no oigo”. Es la misma Madre Teresa que recibió la visión de Cristo pidiéndole que fundase la congregación Misioneras de la caridad y que sonreía en púbico, pero que en sus cartas develaba un profundo estadio de dolor espiritual, convertido en Santidad.
Nuestros Santos y Santas, de carne y hueso, experimentaron profundas crisis de fe.
Sobre este tema podríamos extender estas líneas, pero no alcanzan las letras.
De manera que le dejo a Usted, querido lector, el escrutinio al respecto.
Y me atrevo a afirmar que los sucesos del mundo y de la vida misma nos confrontan con esa realidad, por lo que nos viene bien recordar a todos aquellos que permanecieronfieles, – a los buenos once- y no al que traicionó, porquecomo bien decía San Josemaria Escrivá de Balaguer: “Estas crisis mundiales son crisis de Santos”.
La fe no se muda…
Por Isabella Orellana
Venezolana. Locutora Católica. Esposa. Madre