En su carta pastoral para el 24º domingo del año, monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, agradece a los maestros y profesores, especialmente a los de zonas rurales, por su dedicación y vocación. Destaca la figura de José Manuel Estrada, recordado en el aniversario de su fallecimiento, como un ejemplo de compromiso entre fe y cultura. Martínez subraya la importancia de que los laicos vivan su fe de manera auténtica y activa, contribuyendo con valores cristianos en la sociedad, especialmente en ámbitos sociales, políticos y económicos. Reconoce las dificultades y antivalores presentes en nuestra cultura, como las luchas por el poder y la envidia, que obstaculizan el servicio al bien común. Finalmente, llama a los cristianos a seguir el ejemplo de Estrada y a vivir el discipulado con fe sencilla y humilde, a pesar de las adversidades.
«LA EVANGELIZACIÓN DE LA CULTURA»
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 24º durante el año
[15 de septiembre de 2024]
En esta reflexión dominical quiero recordar y agradecer a nuestros maestros y profesores. A todos, pero particularmente a los maestros de zonas rurales y a los que con tanto sacrificio viven la vocación maravillosa de la docencia. En mis recorridas pastorales por la Diócesis, cuando me encuentro con nuestros maestros y profesores, no dejo de asombrarme y valorar el trabajo, la entrega y la significación que tiene la presencia de la misión que realizan.
El 17 de septiembre es la fecha en la que recordaremos a un gran hombre de nuestra historia: José Manuel Estrada. Es el día de su fallecimiento ocurrido en 1894. Estrada fue profesor, historiador puntilloso y católico practicante. Escritor, periodista y político, todo lo cual lo transformó en uno de los más fieles exponentes del pensamiento argentino en los inicios de la modernidad de nuestra Nación. Muchas veces reflexionamos sobre el rol del laico y la necesidad del compromiso entre fe y vida, fe y criterios, y fe y cultura. En Estrada y otros tantos hombres y mujeres de ayer y de hoy podemos encontrar testimonios que nos indican que fundamentalmente desde el compromiso de la gente podemos tener esperanza.
La evangelización será consistente en la medida en que todos asumamos el llamado a la santidad. Hay muchos laicos que son católicos practicantes de su fe, testimonios que aún en el silencio de la cotidianidad y sin ser noticia, no dejan de ser fecundos y seguramente verdaderos constructores del Reino. Pero lamentablemente en la necesaria evangelización de la cultura de nuestra Patria, sobre todo en la dirigencia social, política, económica, o comunicacional, notamos que falta mayor presencia de laicos cristianos practicantes de su fe, desde sus opciones, criterios, acciones que humanicen y pongan valores cristianos en nuestra sociedad. Lamentablemente, las luchas de poder, las excesivas estrategias y pragmatismos oscurecen el que podamos tener horizontes de esperanza. Necesitamos en estos días que se multipliquen los «Estradas» para mejorar la credibilidad de nuestras instituciones, la palabra empeñada, la calidad de vida democrática, y una sociedad con mayor equidad social.
Es probable que todos, incluidos los sacerdotes, debamos poner más atención en acompañar con una espiritualidad apropiada a nuestros laicos, para que logren vivir la santidad desde su vocación y misión. Es cierto que algunos laicos, cuando se inician en el proceso de conversión, tienden a encerrarse en la dimensión religiosa, especialmente a profundizar actos de piedad y a ligarse con aquellos con quienes se sienten contenidos, y con quienes comparten la misma fe. Pero ocurre que a veces no ligan suficientemente esa fe y el llamado a la santidad en las cosas de la vida diaria, tanto familiares como sociales, en criterios y opciones relacionados con la justicia y la verdad. Desde ya, la fe que no es practicada, o se va perdiendo, o bien se va tornando en algo ideológico, o en una religiosidad ritualista y pagana.
Entre las dificultades que nos presenta el medioambiente y los antivalores que forman parte de nuestra cultura está el exceso de luchas por espacios de poder, las envidias o celos, que dificultan vivir el trabajo y la vocación como servicio al bien común.
El Señor, en el texto del Evangelio de este domingo (Mc 8,27-35), señala las exigencias del discipulado: «El que quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí y la Buena Noticia, la salvará» (Mc 8,34-35). Sin una fe simple y humilde es difícil entender que amar es dar la vida, y este es el código de la verdadera felicidad. Aunque es difícil, muchos cristianos entienden este llamado y lo viven en la cotidianidad.
Aun sabiendo que muchas veces el medioambiente es adverso a las propuestas del cristianismo, también sabemos que es posible ser mejores cristianos. El ejemplo de José Manuel Estrada nos puede ayudar.
Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas.