La conducta de Cristo, signada por la paciencia


Del Tratado de san Cipriano, obispo y mártir, sobre el bien de la paciencia

El que afirmó haber bajado del cielo para hacer la voluntad del Padre, entre otras admirables virtudes con que dio pruebas de su majestad divina, por una continua mansedumbre manifestó también la paciencia del Padre. Desde el primer momento de su venida, toda su conducta estuvo signada por la paciencia. Ante todo, al descender de aquella celestial sublimidad a las cosas terrenas, el Hijo de Dios no menospreció revestir la carne humana y, no siendo él pecador, cargar con los pecados ajenos.

Despojándose entretanto de la inmortalidad consintió en hacerse mortal para, inocente, morir por la salvación de los no inocentes. El Señor es bautizado por el siervo y el que ha venido a perdonar los pecados no desdeñó lavar su cuerpo con el baño de la regeneración. Ayuna durante cuarenta días el que sacia a los demás: padece hambre y sed, para que quienes tenían hambre de la palabra y de la gracia fueran saciados con el pan del cielo. Combate con el diablo tentador y, contento de haber vencido a enemigo tan poderoso, no añade otras palabras.

No presidió a sus discípulos con poder señorial, como a siervos, sino que, siendo benigno y manso, los amó con caridad fraterna, e incluso se dignó lavar los pies de los apóstoles para enseñar con su ejemplo cómo debe ser el consiervo con sus semejantes e iguales, si tal es el Señor con sus siervos.

Y no debe admirarnos que así se comportara con los que lo obedecían, quien con infinita paciencia fue capaz de soportar a Judas hasta el fin, de sentarse a la mesa con el enemigo, de conocer al adversario, uno de sus discípulos, sin delatarlo, de no rehusar el beso del traidor.

Y en la misma pasión y cruz, antes de llegar a la crueldad de la muerte y a la efusión de su sangre, cuántos ultrajes e injurias oyó pacientemente, qué afrentosas insolencias toleró, hasta recibir los salivazos de quienes lo insultaban, él que con su saliva poco antes había restituido la vista al ciego; soportó ser flagelado aquel en cuyo nombre sus siervos flagelan ahora al diablo y a sus ángeles; fue coronado de espinas el que corona a los mártires con flores eternas; fue abofeteado con las palmas de la mano quien otorga las verdaderas palmas a los vencedores; fue despojado de un vestido terreno quien viste a los demás las vestiduras de la inmortalidad; fue abrevado con hiel quien concedió el alimento celestial; bebió vinagre quien nos proporcionó la copa de la salvación.

El Inocente, el Justo, más aún, el que es la inocencia misma y la justicia misma, es contado entre los malhechores y la verdad es sofocada por falsos testimonios; es juzgado el que nos juzgará a todos, y la Palabra de Dios es conducida en silencio a la cruz.

Y cuando ante la cruz del Señor los astros se llenan de confusión, se conmueven los elementos, tiembla la tierra, la noche oscurece el día, él no habla, no se mueve, no ostenta su majestad ni siquiera durante la pasión: todo es tolerado hasta el fin perseverante y continuamente, para que en Cristo se consuma la plena y perfecta paciencia.