Más de mil jóvenes de todo el país participaron en el Jubileo de los Jóvenes 2025 en Roma, en una experiencia de fe, unidad y misión que marcó profundamente a la delegación argentina, una de las más numerosas presentes en esta celebración mundial convocada por el Papa León XIV.
Desde el 28 de julio, la capital italiana se convirtió en el escenario de una intensa agenda espiritual y cultural. Jóvenes provenientes de todas las regiones argentinas —acompañados por más de 50 sacerdotes, religiosos y religiosas— peregrinaron por los principales templos de la ciudad eterna, compartieron celebraciones con fieles de todo el mundo y respondieron al llamado del Papa a “ser luz y esperanza para el mundo”.
Román Cuevas, seminarista de Buenos Aires de 26 años, expresó: “Fue una verdadera experiencia de ser Iglesia. En cada basílica, en la vigilia, en la misa de apertura… uno miraba a su costado y encontraba a alguien de otro país, compartiendo la misma fe. Jesús nos convocó aquí, y juntos formamos esta Iglesia viva”.
La delegación nacional fue reconocida oficialmente como de interés por el Gobierno argentino, a través de la Secretaría de Culto y Civilización. Desde Córdoba, por ejemplo, viajaron más de 60 jóvenes junto a monseñor Alejandro Musolino, coordinador nacional del Jubileo, y el presbítero Sergio Colmenares, del seminario mayor.
Celebraciones con sello argentino
La primera misa nacional se celebró en la Basílica Santa María la Mayor, donde los jóvenes oraron especialmente por el papa Francisco. Más tarde, la Iglesia Nacional Argentina en Roma, Nuestra Señora de los Dolores —declarada Iglesia Jubilar para este Año Santo— fue sede de una emotiva misa presidida por monseñor Musolino y concelebrada por monseñor Alejandro Pardo, obispo auxiliar de Buenos Aires.
“No dejen que otros vivan la vida por ustedes. Este jubileo es una invitación a volver a lo esencial y caminar con Jesús”, alentó Musolino en su homilía.
En la Plaza San Pedro, miles de jóvenes de todo el mundo participaron de la misa de apertura oficial, presidida por monseñor Rino Fisichella. El Papa León XIV saludó a los presentes desde el papamóvil con un mensaje esperanzador: “El mundo necesita mensajes de esperanza, y ustedes son ese mensaje”.
Voces jóvenes, testimonios de fe
Ana Clara Solari, de 19 años, integrante de la Acción Católica en la arquidiócesis de Mercedes-Luján, destacó: “Lo más movilizante fue ver que no estamos solos, que hay miles de jóvenes en todo el mundo con la misma locura de vivir el Evangelio”. Julieta Morellato, de Córdoba, se emocionó especialmente en la adoración en Tor Vergata: “Más de un millón de jóvenes en silencio, orando juntos. Fue impresionante”.
Gustavo Sánchez Marchetti, de Fortín Olmos (Santa Fe), viajó solo en representación de la diócesis de Reconquista: “Me llevo la hermandad, el intercambio con otros países, y momentos como la misa argentina y el fogón, donde volvimos a nuestras raíces, a lo que somos”.
Por su parte, Juliana Alfonsini, de Paraná, vivió el Jubileo junto a su madre. “Fue un regalo del cielo compartir esto en familia. La adoración, la peregrinación, la misa… todo fue un testimonio profundo de Iglesia”, expresó.
Encuentros, oración y misión
Además de las celebraciones litúrgicas, la delegación argentina participó del tradicional «fogón argentino», organizado por la Secretaría de Culto y la Embajada Argentina ante la Santa Sede, donde compartieron música, banderas y testimonios en un clima fraterno y festivo.
La jornada penitencial en el Circo Máximo, la vigilia en Tor Vergata y la misa de clausura presidida por el Papa el domingo 3 de agosto fueron los momentos cumbre del Jubileo. La Pastoral Juvenil Argentina y la Embajada impulsaron también otras actividades formativas y espirituales.
En un gesto final, monseñor Musolino elevó una petición especial al Papa: una bendición para la Arquidiócesis de Córdoba y para los jóvenes más pobres del país. El Santo Padre respondió: “Sí, claro que voy a hacerlo”.
El Jubileo 2025 dejó en los jóvenes argentinos la huella de una Iglesia viva, en salida y profundamente arraigada en la esperanza. Una experiencia única que no solo quedará en sus memorias, sino que los impulsa a continuar la misión en sus comunidades, siendo testigos del Evangelio.