Inflación espiritual: la devaluación de lo esencial


Argentina ha sido golpeada durante décadas por uno de los males más corrosivos para una economía: la inflación. Este fenómeno no solo desvaloriza la moneda, sino que altera las prioridades de las personas, quebranta el tejido social y genera incertidumbre constante. Sin embargo, la inflación no es exclusiva del ámbito económico. También puede manifestarse de manera profunda en nuestras vidas espirituales y culturales.

La lógica de la desvalorización

Una de las causas de la inflación económica es el exceso de emisión monetaria que no tiene sustento en bienes reales. En paralelo, nuestra sociedad ha producido un exceso de discursos, prácticas y estímulos que prometen bienestar espiritual o emocional, pero que carecen de autenticidad y profundidad. Erich Fromm, en su obra Tener o ser, advertía sobre una humanidad obsesionada con poseer más en lugar de vivir auténticamente. Según Fromm, hemos perdido nuestra capacidad de “ser,” lo que incluye conectar con lo profundo, con los otros y con nosotros mismos, dejando el espacio a una acumulación desmedida y hueca de cosas y experiencias.

El ego inflado y la desvalorización de lo trascendental

Uno de los principales síntomas de esta inflación espiritual es el desmedido énfasis en el “yo”. El crecimiento personal y la autorrealización, aunque importantes, han desplazado el sentido de comunidad y servicio. Thomas Merton, en La montaña de los siete círculos, escribió que la verdadera plenitud se alcanza no en la búsqueda obsesiva del éxito personal, sino en el abandono del ego para unirse a algo mayor: Dios y los demás. Sin embargo, el paradigma actual nos sugiere que el sentido de la vida está en acumular títulos, seguidores o experiencias, olvidando que el ser humano es esencialmente un ser relacional, hecho para amar y servir.

Hacia una economía espiritual equilibrada

¿Qué hacer ante esta crisis? Si bien no existe una fórmula mágica, algunas acciones fundamentales podrían restaurar el valor de lo espiritual:

  1. Revalorización de lo esencial: Volver a poner a Dios en el centro de nuestras vidas. En palabras de San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti.” Esta inquietud, que intentamos llenar con cosas efímeras, solo puede encontrar descanso en Dios.
  2. Practicar la austeridad espiritual: Como el ayuno en la vida cristiana nos ayuda a reordenar los deseos, podemos aprender a despojarnos del ruido y los excesos. Reservar tiempo para el silencio, la meditación o la oración se convierte en un acto de resistencia contra la saturación de la vida moderna.
  3. Fomentar la comunidad: El individualismo es uno de los motores de la inflación espiritual. Participar en comunidades de fe, grupos de servicio o actos solidarios reanima el vínculo con el prójimo y evita que el ego se convierta en el único norte.
  4. Discernir lo auténtico de lo superficial: La oferta de prácticas y discursos pseudoespirituales es amplia, pero no todo lo que brilla es oro. Recuperar el sentido crítico nos ayuda a distinguir lo que nos enriquece de lo que meramente entretiene.

Una pregunta final

La inflación espiritual nos interpela a nivel personal y social. En medio de tanta acumulación de estímulos y superficialidades, ¿cuánto hemos perdido de lo esencial? ¿Qué prácticas concretas debemos cultivar para recuperar el sentido de lo que verdaderamente vale?

Si la inflación económica nos alerta sobre la importancia de cuidar el valor de nuestra moneda, quizás sea momento de aplicar este mismo principio a nuestras almas. Al final, solo en Dios y lo que Él nos ofrece, encontramos un valor que ni el tiempo ni las crisis pueden desdibujar.

Padre Lean