Como cada 10 de diciembre, el pueblo misionero conmemora a María de Loreto, una de las advocaciones marianas de mayor presencia en la región. Fieles y referentes pastorales destacan su figura como Madre del pueblo misionero y protectora cercana de la vida cotidiana.
La tradición vincula esta advocación con la Santa Casa de Loreto, asociada simbólicamente al hogar de Nazaret, un espacio que evoca el trabajo, el silencio, la ternura y la presencia de Dios.
En Misiones, la celebración pone de relieve el acompañamiento espiritual que los devotos atribuyen a María de Loreto, especialmente en tiempos de dificultad, así como su papel inspirador en la construcción de comunidades guiadas por la fe y la esperanza.
Historia de la advocación
Según lo escrito por la Dra. María Angélica Amable en la página del Obispado de Posadas sobre la historia de Nuestra Señora de Loreto, Madre del Pueblo de las Misiones, narra: “Desde su llegada al Guayrá los jesuitas fomentaron la devoción a la Santísima Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora de Loreto, muy apreciada en la Compañía de Jesús.”
La imagen de la Virgen

El P. Antonio Ruiz de Montoya, al regresar de un viaje, llevó al Guayrá una bella imagen de la Virgen de Loreto. Montoya se había trasladado a Asunción en compañía de dieciséis niños cantores para informar al Provincial Pedro Oñate sobre los progresos en el Guayrá. Cuando llegó a Asunción, Oñate había partido hacia Buenos Aires para recibir un contingente de jesuitas llegados de España. Montoya recibió la orden de seguirlo y lo alcanzó en Corrientes; allí los niños cantaron en una solemne misa, causando la admiración del superior, que solicitó a Montoya llevarlos a Buenos Aires para que pudieran ser escuchados por el gobernador y el obispo.
Después de Pascua de 1611, el P. Antonio regresó al Guayrá llevando una hermosa imagen de Nuestra Señora de Loreto traída por los jesuitas que habían llegado de España. La imagen fue recibida con regocijo y solemnidad en una celebración a la que asistieron delegaciones de otros pueblos.
Durante ocho días fue trasladada a San Ignacio para evitar que sus pobladores se movieran hacia Loreto, azotada por una epidemia. En San Ignacio se oró por el fin de la enfermedad, y así ocurrió. Al regreso, la imagen fue colocada en el altar mayor, para lo cual Montoya labró un retablo. Cotidianamente se rezaba el Santo Rosario; los sábados por la mañana se celebraba la Misa con coro e instrumentos musicales, y por la tarde, la Salve y las letanías lauretanas acompañadas por el órgano.
Montoya también levantó una ermita en la huerta, donde se retiraba a orar, y conservaba otra imagen en su celda, que llevaba consigo en un altar portátil para celebrar misa. Durante el éxodo del Guayrá, la imagen fue trasladada junto con el pueblo.
En la reducción definitiva, en la zona del Yabebirí, se construyó una capilla especial dedicada a Nuestra Señora de Loreto, ubicada en las inmediaciones del núcleo central, con un campanario de tres campanas y considerada la mejor edificación del lugar.
Las crónicas jesuíticas del siglo XVII registran numerosos testimonios de devoción y favores atribuidos a su intercesión, como narra la Carta Anua de 1637-1639: “Cuando la guerra de los lusitanos contra estos pueblos estaba en su punto, dirigieron estos indios frecuentemente plegarias a la Santísima Virgen, para que les consiguiera una completa victoria, como la consiguieron. (…) Se contaron 4.000 concurrentes a esta fiesta, mostrando todos gran piedad y ostentando sus modestos trajes festivos…”
Durante veinte días, los fieles asistieron en turnos a la iglesia para pedir la victoria, mientras los niños llevaban flores a la imagen.
Siglos XIX y XX
En las primeras décadas del siglo XIX, los pueblos misioneros sufrieron las guerras civiles y las invasiones portuguesas y paraguayas, que provocaron la destrucción de las reducciones y la dispersión de sus habitantes. Algunos grupos emigrados de los pueblos del Paraná y del centro se asentaron en San Miguel y Loreto (Yatebú), en la frontera norte de Corrientes.

Una réplica de la imagen fue traída por Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el Centro de Espiritualidad y Peregrinación de Loreto. En 2009, tras recorrer toda la diócesis, la imagen fue entronizada en la capilla del pueblo de Loreto.
Canto a la Virgen de Loreto – Padre Gerva

