En el último programa de «Caminando juntos» en este 2024, se abordó la problemática que afecta a miles de jóvenes en nuestra comunidad: la adicción a las drogas. En esta ocasión, el espacio tuvo como invitado al Padre Daniel Pesce, referente del Hogar de Cristo en Posadas, quien compartió detalles sobre la labor de esta institución en la ciudad y el trabajo que realiza para combatir el flagelo de las adicciones.
Pesce explicó su labor en la lucha contra las adicciones, destacando que la institución ofrece un refugio gratuito para jóvenes en proceso de recuperación, basado en la fe, el acompañamiento y la solidaridad de la comunidad. Comenzado hace dos años bajo la autorización del Obispo Juan Rubén Martínez, el Hogar trabaja integralmente con la salud física, emocional y espiritual, colaborando con el sistema de salud pública. Aunque enfrentan retos como la desestructuración familiar y la lejanía de los jóvenes hacia la fe, el padre Pesce destacó la importancia de la voluntad personal en el proceso de cambio.
Además, el referente del Hogar de Cristo abordó el impacto del narcotráfico en las comunidades vulnerables, subrayando la necesidad de prevención, apoyo familiar y el fortalecimiento de los valores en los jóvenes para evitar la perpetuación del consumo y la violencia.
El Padre Pesce relató cómo nació el Hogar de Cristo en Posadas, un proyecto que comenzó hace dos años, aunque el trabajo con personas afectadas por las adicciones ya se venía desarrollando desde hacía más tiempo bajo el paraguas de Cáritas Diocesana. Fue entonces cuando el Obispo Juan Rubén Martínez, tras una charla con el Padre Pesce, autorizó la apertura del Hogar, brindando su respaldo y motivación para comenzar este camino. «El apoyo del Obispo fue clave, ya que su autorización nos permitió dar los primeros pasos», explicó el sacerdote.
El Hogar de Cristo tiene un enfoque único en la lucha contra las adicciones, al ofrecer un espacio gratuito de acogida y tratamiento, a diferencia de otros centros de rehabilitación que requieren el pago de un servicio. El Padre Pesce subrayó que este proyecto se mantiene gracias a la caridad de la Iglesia, con la colaboración de sacerdotes, colegios católicos y la comunidad en general. «Nosotros no somos solo un centro de rehabilitación, somos una familia», destacó.
Actualmente, el Hogar de Cristo cuenta con dos casas: Casita San Miguel, en Posadas, y Casita Virgen de San Ignacio, en la ciudad homónima. En total, ambas casas albergan a 20 jóvenes, aunque cerca de 90 han pasado por el Hogar desde su apertura. Los jóvenes provienen de diferentes localidades de la provincia, como Iguazú, Eldorado y Leandro N. Alem, pero la mayoría es de Posadas y Garupá. El Padre Pesce señaló que la adicción es un problema que afecta a jóvenes de todos los estratos sociales y localidades, lo que pone de relieve la gravedad de la situación en la región.
El proceso de recuperación en el Hogar de Cristo comienza con un gesto fundamental: un abrazo. «Lo primero que hacemos es abrazarlos, tal como nos lo enseña el Papa Francisco, quien habla de abrazar la vida», comentó el Padre Pesce. Muchos de estos jóvenes llegan en condiciones físicas y emocionales muy deterioradas, a menudo con historias de abuso, violencia o abandono. «Aquí les mostramos que hay un Dios que los ama, sin importar su pasado», agregó.
El trabajo en el Hogar no se limita solo al ámbito espiritual, sino que también abarca la salud física, emocional y psicológica. Para ello, la institución trabaja en red con el sistema de salud pública, en particular con el servicio Manantial del hospital Carrillo y el hospital Favaloro, para ofrecer una atención integral. «Es un abordaje global que tiene en cuenta todas las dimensiones de la persona: su cuerpo, su mente y su espíritu», señaló el sacerdote.
Uno de los mayores desafíos a los que se enfrenta el Hogar de Cristo es la desestructuración familiar que muchos de estos jóvenes padecen. «Muchos de ellos han sido expulsados de sus hogares o han vivido en entornos familiares rotos. Nuestro trabajo también incluye el acompañamiento y la reconstrucción de esos lazos», explicó el Padre Pesce. Sin embargo, la respuesta de las familias es positiva, aunque muchas veces se sienten desesperadas. «El 90% de las veces, quienes se acercan a pedir ayuda son las madres, aunque sus hijos no quieran ingresar al hogar», relató.
El proceso de recuperación es complejo y no todos los jóvenes logran superarlo. «El mayor desafío es que el joven tome conciencia de que necesita ayuda y se comprometa con su proceso», señaló el Padre Pesce. Este proceso depende en gran medida de la voluntad del joven. «Nosotros estamos aquí para acompañarlos, pero la decisión de cambiar debe venir de ellos. Si no ponen de su parte, es muy difícil que puedan salir del consumo», agregó.
El Hogar de Cristo también enfrenta desafíos externos, como la falta de cercanía de la juventud con la fe y los valores cristianos. «La lejanía de la fe y la ausencia de valores familiares son factores que contribuyen a la adicción», reflexionó el Padre Pesce. En un mundo cada vez más secularizado, muchos jóvenes llegan al Hogar sin una base espiritual o familiar sólida, lo que les dificulta encontrar sentido en sus vidas. «En la actualidad, la fe se ha vuelto un tema privado, algo que no se discute. Sin embargo, la falta de conexión con Dios y los valores cristianos tiene consecuencias graves, como la adicción», añadió.
A pesar de los obstáculos, el Padre Pesce es optimista. «La clave del éxito está en el compromiso del joven con su propia transformación. Nosotros solo somos espectadores de ese milagro que Dios puede obrar en la vida de cada uno de ellos», subrayó. El Hogar de Cristo se presenta como un lugar de esperanza y contención, donde la comunidad, la fe y el amor son fundamentales para ayudar a los jóvenes a superar sus adicciones y recuperar sus vidas.
«Nuestro trabajo es brindarles apoyo, escucha y amor. Si logramos que un joven pase un día sin consumir, ya estamos ganando», afirmó el Padre Pesce, quien finaliza su mensaje con un llamado a la solidaridad y la esperanza.
La Iglesia y el desafío del narcotráfico en las barriadas populares: Un llamado a la prevención y la contención familiar
El narcotráfico es una realidad latente en muchas comunidades populares, y la complicidad de actores poderosos facilita su expansión, afirmaron ambos sacerdotes. Comentaron que, aunque a menudo se prefiere mirar hacia otro lado, lo cierto es que la droga ha logrado infiltrarse en barrios populares, como los de la ciudad de Apóstoles, donde las autoridades son plenamente conscientes de la situación. Sin embargo, la respuesta a este flagelo parece ser insuficiente, ya que las acciones son tardías o, en algunos casos, inexistentes.
En este contexto, la labor de la Iglesia se erige como un pilar fundamental para combatir la violencia y la desesperanza generadas por el narcotráfico. El Padre Daniel Pesce, quien lleva adelante una intensa labor pastoral, resaltó la importancia de acompañar a las víctimas, especialmente a los jóvenes, quienes son los más vulnerables al reclutamiento de redes de narcotráfico. «El desafío es doble», afirmó el sacerdote. «Por un lado, tenemos que acompañar a los chicos que ya están atrapados en el consumo de drogas, y por otro, tenemos que trabajar en la prevención, para evitar que las futuras generaciones sigan este mismo camino.»
A lo largo de los años, las parroquias han intensificado su apoyo a los jóvenes de barrios periféricos, donde la presencia del narcotráfico es más fuerte. El trabajo, que implica tanto contención emocional como acompañamiento espiritual, se complementa con programas de prevención que buscan fortalecer a las familias y a los jóvenes, formándolos en valores y principios que les permitan resistir las tentaciones de la vida en las calles.
El narcotráfico, sin embargo, no es un problema aislado. Según el Padre Daniel, las ideologías sociales que trivializan el consumo de drogas, como la marihuana, contribuyen a la normalización del problema. «Hoy en día, se presenta el consumo de drogas como algo divertido, algo normal, pero eso es un error. Esas pequeñas dosis, como la marihuana o el alcohol, son solo la puerta de entrada a sustancias más duras», advirtió el sacerdote. «Es crucial que cambiemos la mentalidad social y que trabajemos con los jóvenes para que comprendan los riesgos reales que corren.»
El trabajo en las barriadas populares no es sencillo. Las familias desestructuradas, la ausencia de vínculos fuertes y la falta de apoyo son obstáculos adicionales para erradicar este flagelo. Por ello, la Iglesia se enfoca en la necesidad de fortalecer las familias, reconociendo que, en muchas ocasiones, los hogares no ofrecen el acompañamiento necesario. «El verdadero desafío está en la prevención. Si no logramos que los chicos crezcan en un entorno saludable, donde se les dé el afecto y la orientación que necesitan, lamentablemente el camino hacia las drogas y la violencia es casi inevitable», señaló el sacerdote.
En este sentido, el Padre Daniel hizo un llamado a las familias para que tomen conciencia de la importancia de su rol. «La familia es el primer lugar de contención, pero muchas veces no está cumpliendo esa función», expresó. «Es fundamental que los padres se involucren más en la vida de sus hijos, que los escuchen, que les enseñen valores y que se comprometan a cuidar su bienestar.» En ese mismo espíritu, la Iglesia trabaja activamente para ofrecer alternativas, como los grupos juveniles y las actividades de contención social, que permitan a los jóvenes encontrar un espacio donde se sientan escuchados y acompañados.
Durante la Navidad, el mensaje de la Iglesia es claro: abrazar a los más vulnerables. «Este es el momento para acompañar a aquellos que más lo necesitan, especialmente a las familias que atraviesan momentos de dolor y desesperación», reflexionó el Padre Daniel. «La fe y la esperanza en Dios son las claves para superar las dificultades, y la Iglesia está aquí para brindar apoyo, para ofrecer un abrazo, para recordarles que siempre hay una salida.»
El trabajo de la Iglesia en las comunidades vulnerables no es solo una respuesta a la crisis del narcotráfico, sino una labor continua de prevención, contención y acompañamiento. La esperanza radica en que, con el esfuerzo conjunto de la comunidad y las familias, es posible cambiar el rumbo de muchas vidas que hoy están en riesgo.