El Sumo Pontífice, escribió que “Todos juntos deben trabajar para abrir la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres en todos los contextos”. Lo hizo en el prefacio del volumen “Más liderazgo femenino para un mundo mejor: el cuidado como motor de nuestra casa común”, editado por Anna Maria Tarantola y publicado por “Vita e Pensiero”.
El texto es el resultado de una investigación conjunta de la Fundación “Centesimus Annus Pro Pontifice” y la Alianza Estratégica de Universidades Católicas de Investigación (Sacru).
Prefacio del Papa Francisco
Este libro trata sobre las mujeres, sobre sus talentos, sus habilidades y destrezas, así como sobre las desigualdades, violencias y prejuicios que aún caracterizan el mundo femenino.
Los temas de las mujeres son particularmente importantes para mí. Me he referido a ellos en muchos de mis discursos, enfatizando cuánto queda por hacer para empoderar plenamente a las mujeres. Entre otras cosas, he dicho que el hombre y la mujer “no son iguales; uno no es superior al otro, no. Es que el hombre no trae armonía: es ella quien trae esa armonía que nos enseña a acariciar, a amar con ternura, y quien hace del mundo algo hermoso” (Misa en Santa Marta, 9 de febrero de 2017).
Tenemos una gran necesidad de armonía para luchar contra la injusticia, la codicia ciega que daña a las personas y al medio ambiente, la guerra injusta e inaceptable.
Este libro recoge los resultados de la investigación conjunta, impulsada por la Fundación Centesimus Annus pro Pontifice y la Alianza Estratégica de Universidades Católicas de Investigación, a la que ofrecieron su aporte 15 académicos de 10 universidades de 8 países, cada uno en su campo de estudio.
Agradezco que se aborde el tema desde una perspectiva multidisciplinaria, ya que diferentes enfoques y análisis permiten una visión más amplia de los problemas y la búsqueda de mejores soluciones. La investigación pone de manifiesto las dificultades a las que aún se enfrentan las mujeres para acceder a puestos de responsabilidad en el mundo del trabajo y, al mismo tiempo, las ventajas que conlleva su mayor presencia y potenciación plena de su papel en los ámbitos de la economía, la política y la propia sociedad.
La Iglesia también puede beneficiarse de la valorización de la mujer: como dije en mi discurso de clausura del Sínodo de los Obispos de la Panamazonía en octubre de 2019: “todavía no hemos entendido lo que significa la mujer en la Iglesia, y nos limitamos sólo al aspecto funcional. Pero el papel de la mujer en la Iglesia va mucho más allá de la funcionalidad. Y se debe seguir trabajando más en esto”.
No es posible buscar un mundo mejor, más justo, más inclusivo y plenamente sostenible sin la contribución de las mujeres. Debemos trabajar, todos juntos, para abrir la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres en todos los contextos, para aspirar a una situación estable y duradera de igualdad en la diversidad: el camino hacia la afirmación de las mujeres es reciente, accidentado y, lamentablemente, no definitivo. Situaciones como estas pueden revertirse fácilmente.
El pensamiento de las mujeres es diferente al de los hombres, están más atentas a la protección del medio ambiente, su mirada no se dirige al pasado sino al futuro. Las mujeres saben que dan a luz con dolor para alcanzar una gran alegría: dar vida y abrir vastos y nuevos horizontes. Por eso las mujeres quieren la paz, siempre.
Las mujeres saben expresar tanto la fuerza como la ternura, son buenas, cualificadas, preparadas, saben inspirar a las nuevas generaciones (no sólo a sus hijos). Es justo que puedan expresar estas habilidades en todos los ámbitos, no sólo en el seno de la familia, y que sean retribuidas de la misma manera que los hombres por los mismos roles, compromisos y responsabilidades. Las brechas aún existentes son una grave injusticia.
Estas brechas, junto con los prejuicios contra las mujeres, están en la raíz de la violencia contra las mujeres. He condenado este fenómeno en muchas ocasiones; el 22 de septiembre de 2021 dije que la violencia contra las mujeres es una herida abierta producto de una cultura patriarcal y machista de opresión. Debemos encontrar la cura para curar esta plaga y no dejar solas a las mujeres.
La investigación que aquí se presenta y las conclusiones alcanzadas buscan reparar el flagelo de la desigualdad y, por ende, de la violencia. Me gusta pensar que, si las mujeres pudieran gozar de plena igualdad de oportunidades, podrían contribuir sustancialmente al cambio necesario hacia un mundo de paz, inclusión, solidaridad y sostenibilidad integral.
Como dije en el Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo de 2019, las mujeres embellecen el mundo, lo protegen y lo mantienen vivo. Aportan la gracia de la renovación, el abrazo de la inclusión y el coraje de entregarse a los demás. La paz, pues, nace de las mujeres, se levanta y se reaviva por la ternura de las madres. Por lo tanto, el sueño de la paz se hace realidad cuando miramos a las mujeres.
Creo que, como muestra la investigación, la igualdad debe lograrse en la diversidad. No igualdad porque las mujeres asuman comportamientos masculinos, sino igualdad porque el campo de juego está abierto a todos los jugadores, sin diferencias de género (y también de color, religión, cultura…). Es lo que los economistas llaman diversidad eficiente. Es lindo pensar en un mundo donde todos vivan en armonía y todos puedan ver reconocidos sus talentos y contribuir a un mundo mejor.
La capacidad de cuidar, por ejemplo, es sin duda un rasgo femenino que debe expresarse no solo en el seno de la familia, sino igualmente y con éxito en la política, los negocios, la academia y el ámbito laboral.
La capacidad de cuidar debe ser expresada por todos, hombres y mujeres. Los hombres también pueden cultivar esta capacidad en la crianza de los hijos: qué hermosa es la familia donde ambos padres, madres y padres juntos, cuidan a sus hijos, los ayudan a crecer sanos, y los educan en el respeto a las personas y las cosas, a la bondad, a la misericordia, a la protección de la creación.
También me gusta la mención de la importancia de la educación. Por un lado, la educación es la principal vía para dotar a las mujeres de las habilidades y conocimientos necesarios para afrontar los nuevos retos del mundo laboral; por otro lado, es necesario promover el cambio en la cultura patriarcal aún imperante. Desafortunadamente, aún hoy, unos 130 millones de niñas en el mundo no van a la escuela. No hay libertad, justicia, desarrollo integral, democracia y paz sin educación.
El estudio ha sido elaborado conjuntamente por la Fundación Centesimus Annus Pro Pontifice y una asociación de instituciones católicas de investigación (Sacru) y está previsto que sea presentado el viernes en Roma. “La investigación muestra las dificultades que aún enfrentan las mujeres cuando quieren llegar a lo más alto en el mundo del trabajo”, dijo el Papa. Al mismo tiempo, quedan claras las “ventajas asociadas a su mayor presencia en los negocios, la política y la sociedad”.
Las mujeres tienen derecho a “la misma paga que los hombres”. “Las desigualdades que aún existen representan una gran injusticia”. En su prólogo, el Papa también condena claramente la violencia contra las mujeres: deriva “de una cultura de opresión patriarcal y machista”.
“La iglesia también puede beneficiarse del aprecio de las mujeres”, escribe Francisco, citando una declaración propia de 2019: “Todavía no hemos reconocido lo que significan las mujeres en la iglesia, y solo nos limitamos al aspecto funcional. Pero el papel de la mujer en la iglesia va mucho más allá de lo funcional. Tenemos que seguir trabajando en eso”.
Fuente: AICA