Francisco: «La cuestión, no es estar herido un poco o mucho por la vida, sino qué hacemos con nuestras propias heridas».


 

Este es el mensaje que el papa Francisco ha dirigido esta mañana a los fieles presentes en la Plaza San Pedro para la audiencia general, en vísperas de las celebraciones del Triduo Pascual.

 

Inspirándose en el relato de la Pasión que se leyó completo el Domingo de Ramos, el pontífice se detuvo en el desánimo de los discípulos ante la muerte de Jesús en la cruz, el aparente «punto final de la esperanza».

 

«También en nosotros se acumulan pensamientos oscuros y sentimientos de frustración -comentó-: ¿por qué tanta indiferencia hacia Dios? ¿Por qué tanto mal en el mundo? ¿Por qué siguen creciendo las desigualdades y no llega la ansiada paz?». Pero también en el corazón de cada uno: «cuántas expectativas esfumadas, cuántas decepciones. Y esa sensación de que los tiempos pasados fueron mejores y de que, en el mundo, quizá también en la Iglesia, las cosas no son como antes. En definitiva, también hoy la esperanza parece a veces encerrada bajo la piedra de la desconfianza».

 

Pero la misma Cruz de Jesús enseña que «la esperanza de Dios nace y renace en los agujeros negros de nuestras expectativas defraudadas». Y así la Pascua vuelve a pedirnos que miremos «el árbol de la Cruz para curarnos de la tristeza que nos enferma, de la amargura con la que contaminamos la Iglesia y el mundo».

 

La Cruz -prosiguió Francisco- es el lugar donde Dios «que lo tiene todo, se deja privar de todo. Dios vence así sobre nuestras apariencias». Nosotros, en cambio, «nos vestimos de apariencias externas que buscamos y cuidamos. Nos adornamos con apariencias, con cosas superfluas; pero así no encontramos la paz». Jesús despojado de todo nos recuerda que la esperanza renace al enfrentar la verdad sobre nosotros mismos».

 

«Hoy, cuando todo es complejo y se corre el riesgo de perder el hilo -añadió el Papa-, necesitamos sencillez, necesitamos redescubrir el valor de la sobriedad, de la renuncia, de limpiar lo que contamina el corazón y nos entristece.

 

Además, Jesús en la Cruz muestra sus heridas. «También nosotros estamos heridos», comentó el pontífice, «¿quién no está herido en la vida? ¿Quién no lleva las cicatrices de elecciones del pasado, de incomprensiones, de dolores que permanecen dentro y son difíciles de superar?». Pero lo que marca la diferencia es que Dios muestra sus heridas «para hacernos ver que en Pascua se puede abrir un nuevo camino: Jesús, que en la Cruz no recrimina, sino que ama. Ama y perdona a los que lo hieren. Así convierte el mal en bien, así transforma el dolor en amor».

 

«La cuestión -continuó Francisco- no es estar herido un poco o mucho por la vida, sino qué hacemos con nuestras propias heridas».

 

El pontífice invitó a pensar en los muchos jóvenes de hoy que no toleran sus heridas y buscan una salida en la droga o incluso en el suicidio.

 

«¿Qué haces con tus heridas? – preguntó de nuevo el Papa-. Puedo dejarlas supurar en el resentimiento y la tristeza, o puedo unirlas a las de Jesús, para que también mis heridas se vuelvan luminosas. Pueden convertirse en fuentes de esperanza cuando, en lugar de llorar por nosotros mismos, enjugamos las lágrimas de los demás; cuando, en lugar de guardar rencor por lo que nos quitan, nos preocupamos por lo que les falta a los demás; cuando, en lugar de ensimismarnos, nos inclinamos hacia los que sufren; cuando, en lugar de tener sed de amor para nosotros mismos, saciamos la sed de los que nos necesitan. Porque sólo si dejamos de pensar en nosotros mismos nos encontramos a nosotros mismos».

 

Fuente: AICA


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