Los diez grupos de trabajo apuntan hacia una mayor presencia de la mujer en el ámbito decisional de la Iglesia, a mejorar la formación de los sacerdotes para que respondan a la situación real de su tiempo, y a buscar modos de responder a desafíos éticos y morales sin provocar rupturas.
El Papa ha explicado la decisión en una carta hecha pública esta semana, dirigida al cardenal Mario Grech, secretario general del sínodo. Explica cómo las conclusiones del sínodo aprobadas a finales de octubre «enumeran numerosas e importantes cuestiones teológicas, todas relacionadas en distinta medida con la renovación sinodal de la Iglesia y no faltas de repercusiones jurídicas y pastorales».
Se trata de cuestiones que «exigen un estudio en profundidad», para el que no hay tiempo antes de la asamblea de este año. «Dispongo que se asignen a grupos de estudio específicos a fin de poder examinarlas adecuadamente», establece.
Uno de los temas, «Cuestiones teológicas y canónicas en torno a formas ministeriales específicas», abordará «el lugar de la mujer en la Iglesia y su participación en los procesos de toma de decisiones y en el liderazgo comunitario», incluido el diaconado femenino. La propuesta de reinstituir el diaconado femenino fue la moción que el sínodo aprobó con menos apoyos, 277 votos a favor y 69 en contra. Piero Coda, secretario de la Comisión Teológica Internacional explica que este grupo «tratará de afinar esa solicitud a través de un nuevo estudio, teniendo en cuenta los resultados de las dos comisiones que ya en el pasado puso en marcha el Papa sobre esta cuestión».
Ministerio del obispo
Los otros grupos de trabajo afrontarán cuestiones como «Criterios teológicos y metodologías sinodales para un discernimiento compartido sobre las cuestiones doctrinales, pastorales y éticas controvertidas», lo que incluye algunos elementos, no precisados, de la moral sexual; o «Algunos aspectos de la figura y del ministerio del obispo», en referencia a criterios de selección de candidatos, a la posible consulta a los laicos antes de nombrarlo, y a su papel como juez.
Otros revisarán la formación de los futuros sacerdotes, para que el programa «no esté separado de la vida común de los fieles»; la «escucha» de los pobres y marginados -que incluye el establecimiento de un «ministerio del acompañamiento» para ayudar a víctimas de abusos-; y las relaciones entre obispos y movimientos de laicos. También, la presencia de la Iglesia en Internet, que estudiará «a qué autoridad eclesiástica competa la vigilancia de las iniciativas apostólicas online», ya sea los mensajes de un religioso tuitero, o las tertulias de sacerdotes en YouTube.
En la lista no aparece explícitamente el otro tema que obtuvo menos apoyos, 55 votos negativos de un total de 346, la reflexión sobre excepciones al celibato sacerdotal. En la frase votada, el sínodo se preguntaba «si debe traducirse necesariamente en una obligación disciplinar en la Iglesia latina, especialmente allí donde los contextos eclesiales y culturales lo hacen más difícil». El cardenal Mario Grech ha aclarado que el sínodo «no ha puesto sobre la mesa» la cuestión en estos términos, y tampoco se hará ahora. Pero quizá se mencione en el contexto de las relaciones con Iglesias orientales católicas, que admiten la ordenación de hombres casados, o en el de la formación de futuros sacerdotes.
El Papa ha encomendado a la secretaría del sínodo la coordinación de estos grupos de estudio, en los que participan los dicasterios de la curia, junto a «expertos de todos los continentes, y tomando en consideración no sólo los estudios ya existentes, sino también las experiencias más relevantes en curso en las Iglesias locales». El cardenal Grech ha confirmado que los grupos están en fase de constitución. Su primera tarea será elaborar un «plan de trabajo».
Además de anunciar los temas de estos grupos de trabajo, el Vaticano ha dado a conocer «cinco perspectivas» que propone «profundizar teológicamente» con vistas a la asamblea general de octubre. Lo cierto es que, aunque el Papa haya aparcado las polémicas, no van a faltar cuestiones espinosas, y su orientación va a marcar el futuro próximo y remoto de la Iglesia.
Se trata entre otras de «cómo puede la Iglesia incluir a más mujeres en las funciones y ministerios existentes» en la Iglesia; «el estatuto de las Conferencias Episcopales», para que tengan mayor «autoridad doctrinal y disciplinar, sin limitar ni la potestad propia de cada obispo en su diócesis, ni la del Papa como principio visible y fundamento de la unidad de toda la Iglesia»; precisar el papel del sínodo y de la curia romana; concretar el proceso material de la sinodalidad, que va desde la «elaboración de decisiones» hasta la «toma de decisiones», identificando las esferas de competencia del obispo, el sacerdote, los religiosos y los laicos.