El Amor de Dios perdona y acompaña


¿Cansado de luchar el combate espiritual? ¿Con muchos interrogantes sin responder? Parece mentira, pero estamos entrando en el tercer mes del año y ya hay muchas cosas dando vueltas por nuestra cabeza y nuestro corazón.

¡Ánimo hermano, Dios es la respuesta a todo esto!

En esta ocasión queremos hablarte del Sacramento de la Reconciliación, ya que en el perdón podemos ver la máxima muestra del amor que Dios nos tiene y de su infinita misericordia. Sabemos que has escuchado mucho acerca del sacramento, o por ahí no, pero siempre viene bien recordar algunas cuestiones prácticas que nos pueden ayudar a querer más este hermoso regalo.

A lo largo de la historia este sacramento ha sido uno de lo que más cambios ha tenido. La manera como lo celebramos hoy, dista mucho de cómo lo hacían en la antigüedad, aunque en esencia siempre fue lo mismo. En la actualidad existen tres:

A- Reconciliación de un solo penitente

B- Reconciliación de varios penitentes con confesión y absolución individual

C- Reconciliación de muchos penitentes con confesión y absolución general

Es importantísimo que seamos conscientes que los sacramentos, alimentan, fortalecen y expresan nuestra fe.

Nuestro Señor, en su infinita misericordia, nos lo regala para la conversión de los bautizados que se han alejado de Dios por el pecado. Justamente, este sacramento consiste en la curación del alma que se encuentra enferma a causa del pecado.

Jesús lo instituye el día de su Resurrección, cuando sopla sobre los Apóstoles, que estaban reunidos en el cenáculo y les dice: «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan» (Jn 20, 22-23).

Teniendo en cuento esto veamos ahora cuáles son sus elementos centrales (independientemente a la forma de celebrarlo).

1- Arrepentimiento sincero: consiste en reconocer el pecado (comúnmente esto lo solemos hacer a través del “examen de conciencia”) y hacer el propósito de no volver a pecar. Todo el rito de este Sacramento no tendrá sentido para quien no se arrepienta, para quien no se convierta interiormente. Nadie puede recibir el perdón de Dios si no lo quiere.

2- La Confesión: decir los pecados al confesor. “La confesión de los pecados (acusación), incluso desde un punto de vista simplemente humano, nos libera y facilita nuestra reconciliación con los demás. Por la confesión, el hombre se enfrenta a los pecados de que se siente culpable; asume su responsabilidad y, por ello, se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la Iglesia con el fin de hacer posible un nuevo futuro” (C. I. C. nº 1455).

3- La absolución de los pecados: “absolver” quiere decir, “desatar”; en este momento, Dios nos desata de las ataduras del pecado y nos hace libres. El confesor, en nombre de Dios y de la Iglesia, perdona los pecados cometidos. Y puede utilizar las siguientes palabras u otras similares: “Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y YO TE ABSUELVO DE TUS PECADOS EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO”. Como vemos, ni el Papa, ni los Obispos, ni los sacerdotes perdonan los pecados por su cuenta ¡Lo hacen en el Nombre de Dios!

4- La penitencia: nuestros pecados causan daños a Dios y al hombre, por ello, como nos dice el Catecismo: “Es preciso hacer lo posible para repararlo (por ejemplo, restituir las cosas robadas, restablecer la reputación del que ha sido calumniado, compensar las heridas). La simple justicia exige esto. Pero además el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con Dios y con el prójimo. La absolución quita el pecado, pero no remedia todos los desórdenes que el pecado causó (cf Concilio de Trento: DS 1712). Liberado del pecado, el pecador debe todavía recobrar la plena salud espiritual” (nº 1459).

Pero ahora, ¿Cómo podemos realizar una buena Reconciliación? Aquí te van algunos tips.

1- Siempre es bueno comenzar con una breve oración preparatoria; pidiendo la luz necesaria al Espíritu Santo, para que Él nos ilumine y podamos arrepentirnos y confesar nuestros pecados de una manera sencilla y verdadera. ¡La reconciliación no es un sacramento que nos da un pase gratis a la Eucaristía! Hay que tomarse el tiempo para preparar bien nuestro acercamiento a este hermoso regalo.

2- Meditar un texto bíblico: la Palabra de Dios nos va a ayudar siempre a entrar en el misterio de su amor. Te dejamos algunas sugerencias: Mc 1, 15. Mt 9, 12. Jn 20, 21-23. Lc 15, 3-7. Mt 6, 14-15. Mt 25.

3- En el examen de conciencia no ser tan duros con nosotros mismos, es arrepentimiento, no flagelación. No rompernos la cabeza pensando minuciosamente cada uno de nuestros “pecaditos”. Lo que sí que no debemos de callar son los pecados graves. Podemos leer Mt 25, lo que dice respecto al juicio final. Ojo, no queremos decir con esto que no se confiesen los pecados veniales, sino que la actitud a la hora del examen de conciencia sea la correcta.

4- Hacer un propósito firme de no pecar más. Sabemos que por ahí volveremos a pecar, más esos pecados recurrentes. Pero el propósito de no pecar más busca la opción radical y libre de ir creciendo “de bien en mejor” en gracia y santidad. 

5- En el propósito de enmienda se trata de ver concretamente en qué y cómo vamos a cambiar nuestra vida. Que sean cosas sencillas y realizables. 

6- Por último, un solo movimiento interior es el que importa en este sacramento: El Amor. La Reconciliación no es, como dijimos, un pase para comulgar, ni algo que tenemos que hacer periódicamente de forma automática y acartonada. Es el amor que le tenemos a Dios por el gran Amor que Él nos tiene el que nos mueve a acercarnos. Que el examen de conciencia, la confesión y los propósitos posteriores partan siempre desde ahí.

Para ir terminando, recuerda que los sacramentos son anticipo de la vida eterna…

No permitamos que la vergüenza o el miedo nos mantengan alejados de Dios. Decía el santo Cura de Ars que “el demonio, antes de pecar, te quita la vergüenza y te la restituye cuando vas a confesarte”. Dios es un Padre bondadoso, que nos espera en el confesionario con el mismo abrazo con el que abrazó al Hijo pródigo. 

Este es un sacramento necesario para avanzar en la vida espiritual y cristiana, ya que nos da la gracia que nos sostiene en la prueba y nos anima a continuar por el camino del bien.