«En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros» (Jn 13, 35). La sentencia del Señor no es un eslogan piadoso, sino la prueba de autenticidad del cristiano y el motor de toda transformación social. En un mundo convulsionado —por guerras que ya ni necesitan declararse, por la polarización digital que convierte al adversario en enemigo y por economías que descartan a los débiles— la caridad sigue siendo la propuesta más revolucionaria: hace visible la dignidad de cada persona y desmonta las lógicas que reducen al otro a número, etiqueta o estorbo.
Los primeros creyentes lo entendieron con claridad. La Carta a Diogneto, escrita hacia mediados del siglo II, retrata así su manera de estar en la sociedad:
«Aman a todos los hombres y todos les persiguen; se les desprecia y se les condena, se les mata y de este modo ellos consiguen la vida.
Son pobres y enriquecen a un gran número; les falta de todo y les sobran todas las cosas.
Se les desprecia y en ese desprecio encuentran su gloria; se les calumnia y así son justificados; se les insulta y ellos bendicen.
En una palabra, lo que el alma es en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo.
El alma se extiende por todos los miembros del cuerpo como los cristianos por las ciudades del mundo; el alma habita en el cuerpo, pero sin ser del cuerpo, lo mismo que los cristianos habitan en el mundo, pero sin ser del mundo.
El alma se hace más fuerte mortificándose con hambre y sed; perseguidos, los cristianos se multiplican cada día. Tan noble es el puesto que Dios les ha asignado, que no les está permitido desertar de él».
Con estas pinceladas el autor explica qué significa amar cristianamente: no huir del mundo, sino impregnarlo de misericordia; no buscar privilegios, sino servir hasta el extremo; no responder a la violencia con otro golpe, sino con la bendición que desarma. Aquella minoría, frágil y sin poder, transformó el entorno precisamente porque vivió el amor como un estilo de vida público.
Dos milenios después, el Papa Francisco retoma esa lógica y la traduce a los desafíos globales. En Fratelli Tutti advierte que la caridad —a la que llama «amor social»— «no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos» (FT 183). Advierte que, sin el fermento del cuidado mutuo, toda reforma institucional termina vaciándose y que, mientras la indiferencia se normalice, ningún plan contra la pobreza será sostenible. Así, amar hoy implica garantizar trabajo digno, vivienda, inclusión educativa y acceso a la tierra; supone también cuidar la Casa Común, porque el clamor de la tierra y el de los pobres es un único gemido.
En la misma línea se expresó el recién elegido León XIV al dirigirse a periodistas y comunicadores: «Han logrado comunicar la belleza del amor de Cristo que nos une y nos hace un único pueblo; por eso les pido desarmar la comunicación de todo prejuicio, rencor o fanatismo». El Pontífice recuerda que el modo de narrar la realidad puede construir muros o tender puentes; puede alimentar la ira social o estimular la fraternidad. Hoy, entonces, amar también significa elegir palabras que dignifiquen, renunciar a la difamación y abrir espacios de diálogo donde otros siembran sospecha.
Aplicado a la Argentina de 2025, este programa se vuelve concreto. Amar reclama priorizar a los descartados de la economía popular, articular empresa, Estado y organizaciones comunitarias para generar trabajo genuino, y sostener un debate político que no confunda firmeza con agresión. Reclama optar por una comunicación que escuche antes de responder y que exhiba la verdad sin herir. Reclama, sobre todo, asumir que cada cristiano —como el alma en el cuerpo— está llamado a animar la sociedad desde dentro, sin mimetizarse con egoísmos que la enferman.
Amar «como Él» es, pues, tomar partido a favor de todos, comenzar cada jornada con la decisión de depositar esperanza donde falte y ternura donde duela. Allí donde la caridad se hace carne, la humanidad vuelve a intuir que el Evangelio es algo más que una doctrina: es una fuerza capaz de transformar la historia. Y entonces —solo entonces— el mundo reconoce, otra vez, a los discípulos del Nazareno por la señal más convincente: el amor que se tienen los unos a los otros.
Padre Lean