“Chiara Luce, una joven que se enamoró de Jesús”


Chiara “Luce” Badano nació en Sassello (Italia) el 29 octubre 1971. Hija única de María Teresa y de Ruggero, recibió de sus padres una profunda educación cristiana.

María Teresa, su madre, recuerda esta anécdota:

“Chiara tenía muchos juguetes. Un día, mientras jugaba en su habitación, le digo: «Es cierto, tienes muchos juguetes de verdad…» Y ella responde: «Si». Le propongo entonces de regalar algunos a los niños pobres. Y ella decidida responde: «No, ¡son míos!» Así que volví a la cocina. Pero al rato escucho su vocecita: «Esto sí, esto no, esto sí, esto no…» Curiosa, vuelvo a su habitación: Chiara estaba dividendo los juguetes en dos montones separados, y al final me pide una bolsa de la compra. Se la llevo y ella empieza a llenarla. «Chiara, ¡pero esos son los nuevos!» le digo. Y ella: « ¡A los niños pobres no se pueden regalar juguetes viejos!». (Tenía tan solo 4 años)

En septiembre de 1980, tenía nueve años, cuando conoció el Movimiento de los Focolares, fundado por Chiara Lubich. Este grupo, especialmente su fundadora Chiara Lubich, tuvieron un profundo impacto en la vida de Chiara. El grupo se enfocaba en la imagen de Cristo abandonado como forma de sobrellevar las situaciones difíciles. La joven Chiara escribió: “Descubrí que Jesús abandonado es la llave a la unidad con Dios, y quiero elegirlo como mi único esposo. Quiero estar lista para darle la bienvenida cuando venga. Preferirlo por sobre todas las cosas.”

Chiara fue una joven alegre, animada y extrovertida. Le gustaba escuchar música pop, cantar y bailar. También fue una joven muy deportista: realizaba prácticas de patinaje y senderismo, se destacó especialmente en tenis; amaba la montaña y le encantaba el mar. En 1985 se traslada a Savona para cursar el bachillerato. Tuvo dificultades en la escuela e incluso fracasó en su primer año de secundaria. Chiara tenía una gran cantidad de amigos, quedándose despierta hasta tarde los fines de semana, compartiendo un café con ellos. Muchos le confiaban sus dudas y dificultades, encontrando en ella una extraordinaria capacidad de escucha, sensibilidad y una profundidad verdaderamente especial para una adolescente.

Durante el verano de 1988, cuando tenía 16 años, Chiara tuvo una experiencia que le cambió la vida en Roma con el Movimiento de los Focolares. Le escribió a sus padres, «Este es un momento muy importante para mí: es un encuentro con Jesús Abandonado. No ha sido fácil abrazar este sufrimiento, pero esta mañana Chiara Lubich explicó a los niños que debemos ser la esposa de Jesús Abandonado».

Un camino de entrega en la enfermedad

Un día, jugando al tenis con amigos, Chiara siente un dolor punzante en el hombro. Tras este fuerte dolor, se le cae la raqueta. En un primer momento los médicos creen que se trata de una costilla rota y le prescriben unas infiltraciones. Pero el problema no se resuelve, y cuando los médicos profundizan en los análisis el diagnostico no deja muchos márgenes de esperanza: “sarcoma osteogénico con metástasis” (cáncer de huesos).

En febrero de 1989 le realizan una primera intervención en Turín. Después de veinte días, durante un examen específico en el Hospital pediátrico Regina Margherita, el médico informa a Chiara acerca de la gravedad de su enfermedad. Tal diagnóstico cambió su vida, fue el comienzo de su profundo y rápido camino hacia la santidad. Comienza la quimioterapia y los largos periodos de tiempo en el hospital de Turín, que no son los días de aislamiento precisamente, sino de una nueva oportunidad de hacer el bien. Chiara se interesa por una muchacha drogadicta, que está luchando contra la depresión, descuidando su reposo, la acompaña a caminar durante varios días por los pasillos del hospital. Estas caminatas eran de gran beneficio para la otra paciente pero le causaban a Chiara mucho dolor. Sus padres la incentivaban a menudo a quedarse en su habitación y descansar, a lo que ella respondía, «Ya podré dormir más tarde».

Después de los primeros ciclos de quimioterapia empieza a perder el uso de las piernas. Momento especialmente doloroso ya que ella, era deportista y una joven muy activa. Sin embargo, confiesa: “Si tuviera que elegir entre caminar o ir al paraíso, no tendría dudas, escogería el paraíso”.

En junio Chiara enfrenta una segunda intervención: las esperanzas son muy escasas. Las visitas al hospital de Turín son cada vez más frecuentes. En el “Regina Margherita” se alternaban los jóvenes del Movimiento de los Focolares para dar apoyo a ella y a su familia. Una amiga del Movimiento de los Focolares dijo, «Al principio pensábamos en visitarla para conservar su buen ánimo, pero muy pronto entendimos que, de hecho, nosotros éramos quienes la necesitábamos. Su vida era como un imán que nos atraía a ella».

Las intervenciones son dolorosas. Chiara quiere ser informada sobre cada detalle de su enfermedad, y por cada nueva dolorosa sorpresa ella nunca vacila. “¡Por ti Jesús: si Tu lo quieres, yo también lo quiero!”

A pesar de ser reducida a la inmovilidad Chiara es siempre muy activa: el pequeño teléfono de su habitación se transforma en el instrumento esencial a través del cual hace circular nueva vida, reflexiones del alma, comunica y recibe sentimientos de cercanía. Escribe en su agenda, dirigiéndose a sus amigos: «Salí de sus vidas por un instante. ¡Cómo hubiera querido detener el tren en marcha que me alejaba cada vez más! Pero en ese entonces no lo comprendía. Me encontraba todavía absorbida por tantas ambiciones, proyectos y quién sabe qué otras cosas (que ahora me parecen tan insignificantes, frívolas y pasajeras). Otro mundo me esperaba y no me quedaba más que abandonarme. Pero ahora me siento envuelta en un espléndido designo que poco a poco se me va revelando».

Chiara conservó su buen ánimo, incluso cuando la dura quimioterapia causó que su cabello se cayera. Cuando un mechón de pelo se caía, Chiara simplemente lo ofrecía a Dios diciendo, «Para ti, Jesús». Estando en esta situación decidió donar sus ahorros a un amigo que estaba por irse de misión a África. Le escribió diciendo, «Ya no necesito este dinero. Lo tengo todo». Ella soñaba con ser médica y sanar a los niños de África, en aquel país hoy existe un centro de acogida con su nombre.

Siente que el fin se acerca. Se prepara, la fiesta de bodas, su propio funeral. Elige un vestido de novia, blanco con un lazo rosado y se lo hace probar a una amiga (Chicca), escoge la música, las flores, los cantos y las lecturas de la misa. A su mamá le revela: “Cuando me vaya al paraíso tú y papá escribirán la experiencia que vivimos juntos, y se la entregaran a los demás”. Y en otro momento recomienda: “Cuando me prepares tendrás simplemente que repetir ‘Ahora Chiara Luce ve a Jesús’.

Llegó finalmente el día del encuentro definitivo de Chiara con su amado Jesús, con su Esposo. Sus últimas palabras fueron para su mamá: «Adiós Mamá! Que seas feliz, porque yo lo soy.». Falleció el domingo 7 de octubre de 1990, a las cuatro de la madrugada, festividad de la Virgen del Rosario.

Chiara vio la luz de Dios y, ya muerta, ayudó a que dos niños pudieran ver la luz del sol. Su padre le había preguntado si estaba dispuesta a donar las córneas de sus ojos. Chiara respondió que sí con una sonrisa muy luminosa.

Su funeral, celebrado por el Obispo Monseñor Maritano, los conjuntos Gen (jóvenes focolares) tocaron las canciones que ella eligió: la iglesia está desbordada, muchas personas se acercaron a despedirla.

Chiara Badano fue declarada Beata el 25 de septiembre de 2010 en el Santuario de Nuestra Señora del Divino Amor. Su fiesta se celebra el 29 de octubre, día de su nacimiento.

La joven beata Chiara Badano, que murió en 1990, «experimentó cómo el dolor puede ser transfigurado por el amor […]. La clave de su paz y alegría era la plena confianza en el Señor y la aceptación de la enfermedad como misteriosa expresión de su voluntad para su bien y el de los demás» (Francisco, N° 62, Exhortación Apostólica “Cristo Vive”)

Fuente: Radio María

Ilustración: Lio Camargo