Adolescentes en crisis


 

 

A veces se escucha “los adolescentes están perdidos, desorientados, no se comprometen con nada…”. Expresiones comunes de personas que sin darse cuenta, sancionan y exponen a jóvenes que están creciendo. Y el crecimiento siempre genera una crisis. Y si hay crisis hay problemas. Pero nada que no se haya visto o vivido porque quienes juzgan sin dimensionar el daño que pueden causar. La adolescencia significa eso: crecer. Y también significa padecer o sufrir. Ambas acepciones del término nos ponen en situación.

El decir del adolescente perdido significa que se encuentra desorientado, y a veces sin rumbo. Ante los cambios que provoca el embate hormonal, el cuerpo impone un nuevo paso, que desorienta debido a la comodidad con la que transitaba su vida hasta ese momento. Donde la dependencia de los padres le daba tranquilidad y seguridad. Sin embargo, ahora la vida pone un nuevo ritmo, un compás que debe marcar el joven.

La adolescencia está marcada por pérdidas, las que generan sufrimiento, crisis y turbulencias. El joven siente a su cuerpo distinto, como un extranjero, cómo algo extraño. A sus padres los percibe distintos, ya no son quienes eran, y él mismo no sabe qué le pasa, que desea. Juan David Nasio, psiquiatra y psicoanalista argentino, dice que la adolescencia es un pasaje obligado, delicado, atormentado pero también creativo. Entonces sería razonable pensar que el adolescente al sufrir, y no saber por qué ni qué hacer con ese sufrimiento (inconsciente) exaspera y desespera a sus padres y adultos cercanos. Quienes a su vez, lo agobian intentando que él, ahora adolescente, sea quien alguna vez fue: una persona dócil, compañera, obediente que apreciaba estar con los padres. Pues ahora, eso no será igual, debido a la necesidad de encontrar fuera del núcleo familiar una seguridad a su medida; elegida por él.
En esa salida al mundo, se encuentra con otros modelos de identificación. Referentes que pueden tener características no valoradas por los padres, quienes con miedo y desesperación perturban al joven y en el afán de cuidarlo, generan distancia por sus palabras sobre sus intereses y elecciones.

La inmadurez del período de la adolescencia es esperable y necesaria. Con rebeldía y cuestionamientos a los padres, confrontan con ellos, actúan como si nada le fuera a pasar, corriendo riesgos, sintiéndose invencibles. Se aíslan en su cuarto ante disconformidades con sus padres, amigos o pretendientes. Tienen una inestabilidad constante en el estado de ánimo pasando de la alegría y euforia a la angustia y llanto por nada importante.

Este tiempo nos ofrece jóvenes que se exponen desde lo virtual, no sintiendo tanta vergüenza y alcanzando el goce y más satisfacción ante la entrega de su vida, su sexualidad e intimidad. Asimismo, ser tendencia a partir de su participación en redes sociales los hace importantes. Esta «era digitozoica» denuncia débiles límites en la propiedad privada. Su vida, su cuerpo y su historia. Todo se publica. Todo se muestra. Todo se expone. En este plano, los riesgos de la sobreexposición son el acercamiento de personas adultas, que se ocultan en una identidad falsa, quienes se encuentran al acecho de la vulnerabilidad adolescente. Con fines de establecer vínculos sexuales preparan el encuentro, pasando de la amistad virtual, generando atracción por parte de los jóvenes, seguido de encantamiento y enamoramiento para qué, en la etapa final establezcan el contacto que puede ser muy perjudicial.

Nasio expresa que la palabra “crisis” hoy puede ser considerada como un momento agudo, brutal, un momento de ruptura y de cambio, un accidente, por ejemplo, o incluso el agravamiento brusco de un estado crónico. Así pues, distinguimos “crisis de adolescencia” y “adolescente en crisis”. La crisis de adolescencia designa el período intermedio de la vida en el que la infancia no ha terminado de apagarse y la madurez no ha terminado de surgir; mientras que un adolescente en situación de crisis aguda es un joven cuyo comportamiento, que ya era agresivo o adictivo, por ejemplo, súbitamente se convierte en inmanejable para su familia.

Entonces, entender al adolescente es poder evaluar estás dos vertientes y ocuparse. Por un lado, las crisis “normales” de la adolescencia. Confusiones, inestabilidades, rebeldía, aislamiento, confrontación, ánimo variable esporádico aunque intenso, van a pasar. El tiempo todo lo cura, cuenta algún dicho… y si no lo resuelve, la intervención debería ser distinta. Del otro lado, nos encontraríamos con crisis que se sostienen en el tiempo, convirtiéndose en insostenible para los padres, debido a la rigidez e inflexibilidad de los jóvenes.

Es importante atender la mirada que tenemos de los adolescentes. De nuestros adolescentes. Si lo vemos negativamente es difícil acompañar este proceso. No obstante, si modificamos esa mirada y nos comprometemos a escuchar mediante la cercanía y en silencio seguramente estaríamos por el camino correcto.

Pasar el tiempo con él, en silencio, si otra cosa no se puede hacer, generando diálogo e intercambio, escuchando lo que propone aunque no estemos de acuerdo, es un buen canal para, luego de escuchar, proponer el punto de vista desde la experiencia y madurez. Y allí si se podría comenzar el camino de restablecimiento y resolución.

Cuando el adolescente calla, no es porque quiere. En ocasiones, no sabe cómo expresar lo que siente. No puede reconocer sus sentimientos.

Aprendamos a escuchar sus silencios. Atender su palabra cuando es expresada. Escuchemos que tienen para decir, a veces, nadie lo hace.

 

Esteban Alberto Castillo, Licenciado en Psicología (MP 336). Especialista en abordaje Familiar.  / Docente de la Universidad Católica de las Misiones (UCAMI) e ISARM.