Durante la audiencia general del miércoles en la Plaza de San Pedro, el Papa León XIV reflexionó sobre la Resurrección de Cristo y su impacto en la vida de los creyentes, en el marco de su catequesis sobre el Misterio Pascual.
El Pontífice afirmó que la Resurrección enseña que “no hay historia tan marcada por la decepción o el pecado que no esté marcada por la esperanza. Ninguna caída es definitiva, ninguna noche dura para siempre, ninguna herida permanece abierta para siempre. Por muy distantes, perdidos o indignos que nos sintamos, ninguna distancia puede extinguir la fuerza inagotable del amor de Dios”.
La humildad de Cristo en la Resurrección
León XIV destacó la discreción de Jesús tras resucitar, señalando que no realiza actos espectaculares para imponer la fe a sus discípulos. “Prefiere el lenguaje de la cercanía, la normalidad, la mesa compartida; no usa efectos especiales ni signos de poder”, explicó.
El Papa subrayó que la Resurrección no es un giro teatral, sino “una transformación silenciosa que llena de significado cada gesto humano”, y que nuestro cuerpo, nuestra historia y nuestras relaciones están destinados a la plenitud de la vida. Agregó que la Resurrección permite entrar en una comunión más profunda con Dios y con los hermanos, transformando la humanidad a través del amor.
El Resucitado está a nuestro lado
Refiriéndose a los discípulos en el camino a Emaús, León XIV recordó que ellos experimentaron tristeza y decepción porque “esperaban un Mesías sin la cruz”. Sin embargo, la presencia paciente de Jesús les permitió comprender que el sufrimiento no niega la promesa de Dios, sino que revela la medida de su amor.
“Bajo las cenizas de la decepción y el cansancio siempre hay una brasa viva esperando ser reavivada”, afirmó el Papa, destacando que el Señor acompaña a cada persona incluso en los momentos más oscuros, en el trabajo, las dificultades y la soledad.
León XIV señaló que el Resucitado no se impone con un grito ni espera reconocimiento inmediato, sino que aguarda el momento en que los fieles puedan abrir los ojos y ver su rostro amable, capaz de transformar la decepción en esperanza, la tristeza en gratitud y la resignación en confianza.
Cada dolor puede convertirse en un lugar de comunión
Para concluir, el Papa instó a los fieles a reconocer la presencia humilde de Cristo y a aceptar que los desafíos de la vida pueden convertirse en oportunidades de comunión si se viven con amor. “Como los discípulos de Emaús, regresemos a nuestros hogares con el corazón encendido de alegría, una alegría sencilla que no borra las heridas, sino que las ilumina”, finalizó.