Recordar a San José bajo la figura de un obrero -o trabajador, o profesional o aquel hombre que con sus manos se gana el pan-, nos debe invitar a reflexionar sobre la importancia del trabajo, a la realización que éste contribuye a forjarnos como personas y la necesidad que todos los hijos de Dios puedan tener una labor para ganarse su sustento.
En el mundo moderno, la figura del trabajo es usualmente considerada una simple mercancía, quedando librada a la voluntad del mercado y de las decisiones basadas en el afán de lucro y la ganancia, se nos olvida ver un aspecto esencial que posee el mismo y se refiera a que con él, toda persona se dignifica y así ayuda a construir la sociedad a través de la ocupación que realiza.
Claro está que, en los tiempos en que vivimos, donde existe un 40% de pobres en nuestro país -o más si miramos otros aspectos-, donde casi la mitad de nuestros jóvenes están desocupados, se nos plantea un interrogante que como cristianos y también como ciudadanos debemos responder.
Se refiere a cómo dignificamos el trabajo y cómo creamos las condiciones para que todos puedan acceder a él de una manera justa, pudiendo con esfuerzo ganarse su sustento en una sociedad donde los niveles de injusticia e inequidad son cada vez más evidentes.
Y por ello, para responder dicho interrogante es necesario plantearnos cómo vivimos nuestra fe y si la misma tiene un contenido por el cual contribuimos a dar sentido cristiano en nuestro diario vivir con los demás seres humanos.
No hay que olvidar que la fe sin obras no sirve a Dios, y esas obras en un ámbito social están dadas de diferentes maneras, primero cumpliendo coherentemente con nuestra tarea, pero asimismo siendo buenos ciudadanos que aportamos nuestro esfuerzo para el bien común.
En esta lógica, el trabajo deja de ser un esfuerzo individual para transformarse en algo que contribuyó a toda la comunidad.
No es que el esfuerzo y el trabajo que realizan todas las personas “lo toma” la comunidad o el Estado dejando a los que realizan la actividad con lo mínimo, tal idea sería errónea dentro de la doctrina católica, sino que las acciones se vuelven sociales en la medida que se cumple con los deberes que, como todo ciudadano, se debe realizar para aportar al bien común, y esto se manifiesta trabajando honestamente, no evadiendo la ley, no explotando al hermano, abonando un salario justo, y cumpliendo con mis deberes cívicos de pagar lo que debo con respecto a los impuestos y cargas sociales.
No es cristiano, tener un doble discurso o peor aún tener una fe farisaica, obrando a sabiendas que mis actos no acompañan mis manifestaciones externas de fe; obrando de tal manera a fin de pretender justificarme en mi conciencia o para que me vean los demás miembros de mi comunidad.
“El Señor todo lo ve” dice el salmista y es por eso que la figura de José es un modelo a seguir e imitar, sabiendo que lo que hago en mi actividad diaria, ya sea en el obrar como también en el no hacer nada o dejar pasar, Dios está presente, conociendo mis actos en toda su dimensión.
Sin embargo, cuando en la sociedad existe problemas crónicos, donde existe un alto contenido de falta de ética y moral que condiciona la vida de los ciudadanos y genera grandes zonas de pobreza y exclusión, debemos preguntarnos si somos capaces como católicos de transformar esta realidad o al menos contribuir para que esto se revierta.
Ante los desafíos de una sociedad globalizada, donde el mercantilismo, la deshumanización del trabajo, la economía excesiva a favor del capital y del mercado y una visión de las actividades donde prima el individualismo y el triunfalismo sin importar las consecuencias éticas o materiales que ello pueda ocasionar, el católico debe convertirse en un elemento de evangelización proclamando la centralidad del trabajo, como derecho natural donde, mediante una doble misión, todos los seres humanos se dignifican con él, pero sabiendo también que mediante ese obrar el cristiano está contribuyendo a sostener a su familia.
Sin trabajo no hay dignidad y la familia se tambalea, es por eso que debemos siempre trabajar para que en nuestra sociedad prime el sentido de que el trabajo es un derecho y que todos los seres humanos tendrán que acceder a él.
En ese aspecto, nos debe llevar a ver al hermano que hoy no tiene trabajo o, usando una frase del Papa, es un descartado social que padece las consecuencias de una sociedad que muchas veces no da una respuesta a dicha urgencia.
Al ver esa realidad que duele y nos interpela, una actitud cómoda sería ver en el otro que se encuentra atravesando una condición para nada favorable, la de la condena, o al menos una excusa para considerar que dichos hermanos desean estar en la condición que se encuentran.
Nadie que se precie de ser una persona honrada quiere no tener trabajo, estar necesitado o depender de una ayuda social para mantenerse.
Pero en algunas circunstancias urgentes esa ayuda es necesaria para que esas personas no caigan en la desesperación y puedan encontrar una salida a la situación que se encuentran atravesando.
Por eso, evitar condenar al hermano es un elemento esencial para poder entender el trabajo -o la falta de ello- en una sociedad que se encuentra atravesando una fuerte crisis ética y socioeconómica.
Pero dicho principio de ayuda social, incorporado en la doctrina social cristiana, tiene ciertos parámetros que las autoridades deben tener en cuenta.
Uno es que no debe convertirse en algo permanente, y si ello ocurre hay que ahondar en las causas de por qué se da dicha situación.
Ya lo ha dicho en reiteradas oportunidades Su Santidad el papa Francisco que las ayudas sociales deben ser temporales y es el poder público quien debe crear las condiciones para que todos sus ciudadanos puedan acceder a un trabajo legítimo.
Por ello si la misma se prolonga en el tiempo es porque no se encuentran soluciones -o no se quiere- para que esos hermanos dejen de percibir dicha ayuda social.
San Juan Pablo II en la encíclica Laborem Exercens nos habla de las nuevas formas de trabajo -y de explotación- en las sociedades modernas. Estos interrogantes nos desafían a enfrentar las circunstancias ligadas a su actividad diaria con inteligencia y creatividad, que sin caer en fatalismos y condenas, nos ayuden a vivir la fe en una sociedad cada vez más secularizada donde se pierde la esencia espiritual de todo ser humano.
Por ello, entender el trabajo teniendo como figura central a San José, nos debe llevar a considerar siempre su parte espiritual, saber apreciar a los que tenemos, agradeciendo a Dios por la fuerza que nos da, pero también ser conscientes que tantos hermanos no cuentan con las posibilidades de conseguir una labor digna que puedan sostener a su familia.
Y por último saber que como cristianos debemos ser buenos ciudadanos y por ello contribuir a la paz social y el bienestar de todos.
Dr. Humberto Ferreira
Comisión Diocesana “Justicia y Paz”