¿Cómo es que hacer el bien nos hace más libres?


¿Cómo puede la obediencia a Dios hacernos más libres? Una línea del Catecismo nos da mucho que reflexionar a este respecto:

“El progreso en la virtud, el conocimiento del bien y la ascesis [autodisciplina] potencian el dominio de la voluntad sobre sus actos”.

— CIC 1734

Dominio de la voluntad sobre sus actos. Esta frase sugiere que, elegir lo malo (el pecado) conduce a la esclavitud. Y por el contrario, al progresar en la virtud, en el conocimiento del bien y la autodisciplina, podemos tener más control sobre nuestra voluntad y, como resultado, continuamente elegir lo que es bueno. Al ejercitar nuestra voluntad, al entrenarla para hacer el bien seremos más libres, más capaces y más dispuestos a elegir el bien.

Podríamos tener todas las “opciones” del mundo, pero sin una voluntad debidamente entrenada estaríamos excesivamente dispuestos a elegir lo que realmente es malo para nosotros. Por otro lado, siguiendo la voluntad de Dios podemos hacernos libres de dos maneras principales: en primer lugar, siendo entrenados y libres para elegir el bien (no atados por el pecado) y, en segundo lugar, a través del bien ser hechos libres, como dice el Salmo 119, 45: “Andaré en libertad, porque he buscado tus preceptos”.

Ser entrenados para elegir el bien, para ser libres, se basa en nuestra virtud. Mientras que el hecho de que el bien nos haga libres, se basa en confiar en la palabra de Dios. En teoría, es complicado; en la práctica, funciona.

La moral objetiva existe y, por tanto, la libertad tiene consecuencias

Todo se reduce a esto: debido a que existe una moralidad objetiva, tener libertad para hacer lo que queramos no elimina las recompensas o consecuencias de las acciones buenas o malas.

Dios nos dio libre albedrío para que pudiéramos seguir o rechazar libremente su código moral. Él nos reveló sus mandamientos que son “las condiciones de una vida libre de la esclavitud del pecado” (CCC 2057) e incluso nos dejó su Iglesia para ayudarnos a guiarnos e interpretar sus preceptos.

Además de esto, Dios inscribió en lo más profundo de nuestro corazón una conciencia para que, incluso sin los mandamientos y la Iglesia, el hombre pudiera tener al menos una idea básica del bien y del mal, siempre y cuando nuestra conciencia no estuviera corrupta.

¿Dónde la gente no está de acuerdo?

Entonces, ¿cómo es posible que algunas personas se encuentren en lados tan diferentes de la definición de “libertad”? Esencialmente, algunos creen en un orden moral objetivo (que algunos actos son intrínsecamente buenos y otros intrínsecamente malos) y otros no. De creer en un orden moral, especialmente en el contexto del catolicismo, se deduce fácilmente que las buenas acciones conducen a la libertad y las malas a la esclavitud.

Sin embargo, si la moral objetiva no puede entenderse, somete la vida a la ausencia de verdad. Al no darse cuenta que la libertad radica en seguir un orden, muchas personas nunca conocerán la verdadera libertad y lucharán por encontrar felicidad y satisfacción duraderas en esta vida, y mucho menos en la próxima.

La moraleja de la historia

Como católicos, es nuestra responsabilidad conocer y comprender los mandamientos de Dios para que podamos compartir y dar testimonio de esta plenitud de verdad, confiando, y sabiendo por experiencia, que la verdad nos hace libres (Juan 8:32).

Si bien ciertamente estamos llamados a la libertad, primero estamos llamados a seguir los mandamientos de Dios, lo que nos lleva a la libertad misma.