Hace unos meses, dialogando sobre comunicación con el director de un prestigioso diario de nuestra provincia, compartíamos la necesidad de expresar, de comunicar, de dialogar con los lectores; lo cual no se trata sólo de reproducir noticias sino de historias que llenan el corazón. Y él lo ejemplificaba con algunas notas que estaban en su periódico. Al finalizar nuestra charla, le pedí un libro sobre periodismo. Si bien mi cercanía con la comunicación comenzó por cuestiones pastorales, cada día que pasa, me atrae más. El ensayo que me recomendó inspiran hoy estas palabras.
El gran periodista polaco Ryszard Kapuscinski en “Los cínicos no sirven para este oficio” se explaya sobre las características y virtudes de toda persona entregada al periodismo. Quisiera detenerme en este párrafo:
“Creo que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre, o una buena mujer: buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias. Y convertirse, inmediatamente, desde el primer momento, en parte de su destino. Es una cualidad que en psicología se denomina «empatía». Mediante la empatía, se puede comprender el carácter del propio interlocutor y compartir de forma natural y sincera el destino y los problemas de los demás”.
Ese libro y sobre todo este párrafo me han ayudado a comprender la comunicación desde otro ámbito. No podemos solamente contar noticias, es preciso adentrarnos en las historias y vidas de las personas. Y eso nos involucra a todos: comunicadores, docentes, trabajadores de diversa profesión, fuerzas de seguridad, sacerdotes, catequistas, laicos en general. No debemos detenernos en la transmisión de contenidos o reproducción de los mismos. Hay que ir más allá. Como dijo el Papa hace poco: conocer y escuchar con los oídos del corazón.
Cuán bello sería si quienes nos dedicamos a comunicar pudiéramos superar las barreras del odio, de la indiferencias, del pasado y proyectarnos al futuro, hermanados, perdonando (no quiere decir olivando, pero sí al menos no guardando rencor).
Pareciera que en algunos sectores, el mentir o callar verdades, distorsionar la realidad o desinformar son los valores que predominan. No pueden ser los nuestros. ¡No! Nosotros debemos transmitir la verdad; La Verdad.
Que nuestras palabras, dichas o escritas, sean testigos del Evangelio. Que podamos ser comunicadores, periodistas verdaderos, empáticos. Que sean nuestras actitudes, valores y acciones las que transmitan la verdad y La Verdad. Y no sean meras palabras que se las lleva el viento.
Por Pbro. Leandro Kuchak