Como decano del Colegio de cardenales, Joseph Ratzinger tenía derecho a llevarse un ayudante al cónclave convocado en 2005 tras el fallecimiento de Juan Pablo II. Naturalmente, éste fue Georg Gänswein, un experto en Derecho canónico a quien había fichado en 1996 para la Congregación para la Doctrina de la Fe, y que en 2003 decidió nombrar secretario personal «sólo por unos meses, hasta que me jubile».
Gänswein le acompañó, pero no entró en la Capilla Sixtina. Mientras los purpurados votaban, esperaba fuera, en la Sala Reggia, antes los frescos de la batalla de Lepanto. No vio la fumata, pero le dio la noticia el cardenal italiano Attilio Nicora: «Hemos elegido al Papa», dijo abriendo las puertas de la Sixtina. Entonces, dejó entrar sólo al maestro de ceremonias como «notario» en la ceremonia de aceptación papal.
Cuando las puertas se abrieron de nuevo, desde fuera George Gänswein vio a los ciento y pico cardenales en fila para saludar al nuevo pontífice. «Vi al fondo un hombre vestido completamente de blanco, incluso sus cabellos eran blancos. Lo reconocí inmediatamente, fue una especie de tsunami», confesaría años más tarde.
El «padre Giorgio», tenía 48 años, treinta menos que Benedicto, que acababa de cumplir 78. Junto al resto de «invitados» al cónclave se puso en la fila para saludar al nuevo sucesor de Pedro. Escuchaba cómo cada purpurado daba ánimos a su jefe y le prometía «obediencia y reverencia».
«Yo estaba muy emocionado, y me repetía a mí mismo que debía decirle algo sensato», asegura. Cuando se plantó ante Benedicto, lo miró a los ojos por primera vez como Papa, le besó la mano y le aseguró en voz baja: «Le prometo mi total disponibilidad para la vida y para la muerte».
Desde entonces, le acompañó en los momentos dulces del pontificado, como los grandes discursos en Westminster Hall, en el Collège des Bernardins y en el Reichstag de Berlín. También en los más duros, como la crisis de Ratisbona, los encuentros con víctimas de abusos o la traición del mayordomo.
«La disponibilidad consiste en poner en juego todos tus talentos y todos tus defectos. He intentado ser como un enlace entre él y el mundo. Como un cristal que le protege, y que si está limpio deja pasar la luz», explicó en una entrevista en 2016.
Uno de los primeros en ser informado
Cuando Benedicto XVI decidió renunciar al papado, fue una de las primeras personas a las que informó. «Me impresionó su serenidad. Intenté decirle que se lo pensara de nuevo, darle motivos. Pero no estaba pidiendo mi opinión sino comunicándome una decisión», contó el fiel secretario.
También entonces Gänswein le acompañó al ex monasterio, siguió ayudándole con la correspondencia, los problemas del día a día, y haciendo de enlace con el Papa Francisco. Es lo que ha hecho los últimos casi diez años.
Hace una semana, nada llevaba a imaginar un desenlace inminente. El 25 de diciembre Gänswein viajó a Alemania para saludar a sus familiares. Esa noche, Benedicto tuvo un colapso y aunque el lunes se recuperó, la situación era irreversible y Georg regresó a Roma. El miércoles le administró el sacramento de la Unción de enfermos, y el jueves y el viernes le celebró misa en el dormitorio y le dio la comunión, consciente de que podría ser la última vez.
Fuente: ABC.es