El Papa León XIV presidió el domingo la misa dominical en la parroquia pontificia de Santa Ana, en el Vaticano, confiada a la Orden de San Agustín, donde advirtió sobre el peligro de poner la riqueza en el lugar de Dios.
En el marco de su homilía, el pontífice saludó a la comunidad agustina, en particular al párroco, padre Mario Meardi, al nuevo prior general, padre Joseph Farrell, y al padre Gioele Schiavella, quien alcanzó los 103 años.
Comentando el Evangelio del día (Lucas 16, 1-13), León XIV recordó que “ningún siervo puede servir a dos señores; por tanto, no pueden servir a Dios y a la riqueza”. Y subrayó que esta decisión es fundamental: “Se trata de elegir dónde poner nuestro corazón, aclarar a quién amamos sinceramente, a quién servimos con dedicación y cuál es nuestro verdadero bien”.
El Papa alertó sobre la tentación de idolatrar los bienes materiales: “La sed de riqueza corre el riesgo de ocupar el lugar de Dios en nuestro corazón. La tentación es pensar que, sin Dios, podríamos vivir igualmente bien, mientras que sin riqueza estaríamos tristes y afligidos. Este es el engaño que nos hace desconfiados y recelosos hacia los demás”.
En esa línea, sostuvo que “quien sirve a Dios se hace libre de la riqueza, pero quien sirve a la riqueza queda esclavo de ella. Quien busca la justicia transforma la riqueza en bien común; quien busca el dominio transforma el bien común en empresa de su propia avidez”.
Asimismo, invitó a una auténtica conversión interior: “La Palabra del Señor no contrapone a los hombres en clases rivales, sino que anima a todos a una revolución del corazón. Cuando este se abre a Dios, nuestras manos se abren para dar y nuestras mentes para proyectar una sociedad mejor”.
Durante la celebración, elevó una oración por los gobernantes y citó a san Pablo: “Te recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los soberanos y por todas las autoridades”. Y añadió: “Oremos para que los gobernantes de las naciones estén libres de la tentación de usar la riqueza contra el hombre, transformándola en armas que destruyen pueblos y en monopolios que humillan a los trabajadores”.
Con tono firme, denunció también la indiferencia global frente a los conflictos: “Pueblos enteros son hoy aplastados por la violencia y, aún más, por una descarada indiferencia que los abandona a un destino de miseria. Ante estos dramas no podemos ser pasivos, sino anunciar con palabras y obras que Jesús es el Salvador del mundo, el que nos libera de todo mal”.
Finalmente, agradeció a la comunidad parroquial de Santa Ana por su servicio y compromiso: “Les agradezco porque, de distintas maneras, cooperan en mantener viva la comunidad y ejercen un generoso apostolado. Los animo a perseverar con esperanza en un tiempo seriamente amenazado por la guerra y la injusticia”. Y concluyó: “Nutriéndonos de la Eucaristía, supremo tesoro de la Iglesia, podemos ser verdaderos testigos de caridad y de paz”.

